El alimento tiene connotaciones de supervivencia y placer. “Vivir para comer
o comer para vivir” son posturas extremas de las que a veces solo tomamos
conciencia cuando estamos con sobrepeso, o existe algún trastorno alimenticio.
Vivir para comer suple quizás algún aburrimiento crónico e insatisfacción
originaria y comer para vivir es un mecanismo robótico, sin sentido del
deleite. La vida gira en torno a la comida. Trabajamos para alimentarnos. “La
sopa que cura el alma”, el cafecito para charlar, el asadito para festejar. La
comida es comunión, agradecemos por ella en la mesa. Es ritual genuino de amor
y vivencias. A cada cultura le representa su comida, y tambien a cada
generación. La comida italiana remite a la pasión y la familia. La comida China
como medicina. La comida mexicana, picante y poderosa como su propia cultura.
La nuestra, creativa, generosa y sustanciosa. Pero toda comida tiene para cada
uno, un origen y un sabor subjetivo y único, como; “la comida de mamá”.
La madre es el primer vínculo nutricio y desde que nacemos aprendemos a
comer acompañados, ya que a través de la madre obtenemos el primer alimento, la leche.
Mamá decide como alimentarnos. A veces, tenemos la suerte de que nos alimente a
demanda, cada vez que queremos, dispuesta y altruista, con presencia, con
miradas, con cariño, con amor. A veces, quizás por “falta de tiempo”, o
extraviada por los consejos ajenos, o por satisfacer primero sus propios
deseos, nos da el alimento en porciones arbitrarias, con horarios, apurada, con
indiferencia, desesperada, como un acto cuantitativo, mecanico, como prisionera, perdida en
la fantasía de lo que podría estar haciendo en vez de darnos la teta o el purecito. O
simplemente, no nos da la comida, nos la dan otras personas, encargadas de eso. Ese primer vínculo y esas primeras experiencias
con la madre y “lo nutricio” es lo que nos va a marcar con respecto a lo
que esperamos y deseamos de la comida. Satisfacción, placer, compañía.
Apurarse, asquearse, atracarse, o la soledad e indiferencia, la falta de importancia.
La forma en que nuestra madre nos alimentó de chicos también es equivalente
al amor que nos prodigaba. Así de simple. Si por más sencilla que fuera la
comida; un guiso con mandioca, una sopa de verduras, si la comida expresaba
dedicación, atención e interés y la casa se llenaba de aromas y experiencias
deliciosas, había una madre interesada en lo que ingerían sus hijos y eso es
comer amor también. Pero si las comidas estaban hechas sin esfuerzo, si eran
congeladas, o del “fast food”, o lo mismo una y otra vez, con peleas en la
mesa, con horarios y raciones obligatorias, allí hubo algo que perdió su magia.
Ese encanto de “la comida de mamá”, nunca se saboreó. Todo esto deja “huellas
gustativas” en el corazón y la memoria y la madre (o persona maternante o
tutor) es quien determina nuestros primeros vínculos y experiencias con los
alimentos. ¿Quien si su madre no era la que cocinaba y tenían una cocinera encargada, no recuerda con tanto amor a esas matronas que nos alimentaban con tanta dedicación? Son experiencias que dejan recuerdos emocionales. Nosotros, que vivimos en la generación del “fast food”, de las
comidas transgénicas y los agroquímicos, del microondas y los enlatados, no es
raro que desde hace un buen tiempo ostentemos el rotulo pandémico de “anorexia
y bulimia” así también como cáncer y obesidad, entre otros trastornos relacionados con las emociones. Como si fuera poco, estamos convencidos que estas enfermedades
surgen (solamente) como síntoma de la sociedad que idolatra la delgadez,
justificados por el culto a la imagen y a los prototipos raquíticos, quienes
son los supuestos culpables y propiciadores de la enfermedad, lo cual es en
parte cierto, pero no es toda la verdad.
La anorexia y la bulimia son dos trastornos distintos, pero al mismo tiempo
son pulso de solo movimiento. El control o descontrol excesivo con respecto a
la comida es mucho más complejo que la distorsión de la realidad con respecto a
la imagen. El anoréxico/bulímico tiene un asco o compulsión extrema a lo
nutricio. Es como una huelga constante por un pasado de hambre original que no
pudo ser satisfecho y que como familia, amigos y profesionales que tratamos con
estas enfermedades, sería interesante ahondar en la historia personal del
individuo.
Niños y jóvenes son diagnosticados diariamente de “anorexia/bulimia” y la
forma más común de abordar estos problemas, es imponiendo un control externo al
enfermo. Internaciones, acompañamiento terapéutico, controlar cada vez que va
al baño para que no vomite, o que tenga un horario y una rutina súper estricta
para que coma cada tantas horas y tantas porciones y calorías al día. Controlar
el descontrol (anorexia control excesivo, bulimia descontrol total) es una
paradoja, porque justamente de lo que está enferma la persona es del control,
por lo tanto supervisar lo que hace o deja de hacer, solo lo va a desafiar aun
mas hasta llevarlo de un polo al otro de la enfermedad.
Por eso, desde el punto de vista que “la comida es amor” vamos a profundizar
con estas personas como “hambrientas de amor” es decir enfermas por falta de
amor materno. Laura Gutman, especialista en crianza y maternidad dice al respecto: “Lo que
el ser esencial de cada individuo va a manifestar es la vivencia real de la
madre interior. En la medida en que no haya sido suficientemente nutricia,
amorosa, altruista o generosa, el dolor va a encontrar una manera posible de
expresarse. Y nada más directo para expresar la falta, que el rechazo al
alimento o el atracón frente al alimento como dos caras de un mismo desamor. Es
decir, que rechazar el alimento es lo mismo que rechazar a una “madre toxica” y
esta es una forma de defenderse, lo mismo que devorar toda la comida, es una
forma de llenarse de mamá. En ambos casos, la persona está hambrienta de mamá,
pero no lo sabe”.
Para comprobar el desamparo de ese amor primario, basta con observar que los
padres de una persona anoréxica recién se dan cuenta que la chica tiene un
problema cuando pesa 33 kilos y esta por desfallecer. Hacen falta críticas externas, miradas de profesores,
amigos, para que esa madre caiga en cuenta que su hija está cerrando la boca
por alguna razón. Tuvo que haber pasado demasiado tiempo para adelgazar así y
que nadie lo registre y a nadie le llame la atención (o lo contrario, que engorde mórbidamente). Ese es el grito en un acto
desesperado del hijo que está diciendo “mírenme” pero mírenme con calidad, no
solo con miradas medicas cuantitativas de curvas de peso. Lo mismo la obesidad,
donde el cuerpo debe estar acorde al peso emocional que debe sostener la
persona, a mayor carga emocional, mas fuerte y grande debe ser el cuerpo que lo
sostiene. La ansiedad de comer demás, pasa por temor a caer de rodillas cuando
la carga de la mochila emocional es demasiado pesada, hay que tener un cuerpo acorde para que lo sostenga. Ahora, si somos conscientes de este pequeño
simbolismo, quizás le demos mayor importancia al aspecto psicológico y
emocional de la anorexia y la obesidad, las cuales no pueden desaparecer si no desaparecen
primero la tonelada de mochilas emocionales que cargamos, así como los vacíos.
Es difícil afirmar teóricamente el motivo de cada caso, pero es importante
descubrir ciertas huellas de la experiencia personal que se originan en los
trastornos de la forma en que percibimos el amor maternal. La anorexia es
“deseo de nada” y suele ser sobrevenida de una madre sumamente deseante. Esta
madre devora todo el territorio emocional del hijo y solo se sabe de la
existencia de esa madre, quien exige y pide toda la atención. Es la única que
tiene la razón, no existe lugar para otros puntos de vista. Puede tratarse
también de una madre depresiva, quien requiere todas las miradas, que se queja
constantemente de alguna injusticia. Allí, el deseo y las frustraciones del
hijo, no existen, no se registran, entonces es un desafío demostrar algún
deseo, y en estos casos es “nada”. Hace una “huelga de atención”. Hasta que
alguien atienda a este “enferm@ de amor” con genuina importancia y altruismo, cerrará la boca (inconscientemente) para desafiar a todos los que creen que no tiene autonomía. La tiene y es cerrar la boca y hasta siente orgullo
desafiando día a día el hambre, ese es su mayor logro, su única autonomía, su libertad, y el único visible. En
general esto no se detecta conscientemente, ya sea por admiración o compasión
hacia la madre.
Por eso, quizás para curar a personas con trastornos alimenticios y
devolverles el apetito por la vida, lo primero y más simple sea “preguntarles”,
indagar, dar importancia a “quiénes son y que desean”. Y por qué no, volver a
reproducir un hogar lleno de aromas exquisitos y atención sincera. Invitar a
“comer” a ese niño que espera ansioso la mirada de mamá, aunque ese niño tenga
hoy día 25 años. Con solo sentarnos con ellos, presentar en principio nuestra
disposición de estar a su lado, mas adelante alguna comida deliciosa, casera,
con energía vital y dedicación, día a día saldaremos esa brecha que nos aisló
por tanto tiempo. Decimos a nuestros hijos “te como a besos” cuando nos
desborda la emoción, pues bien, nunca es tarde para dejarnos “devorar” como
padres por ese hijo que pidió por tanto tiempo de nuestra atención y que
siempre está en busca de ese ingrediente secreto que no es más que la energía del
amor, el ingrediente más delicado y su principal maridaje, la compañía.
Lic. Gabriela Casco Bachem
Psicóloga
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