El sentimiento de rivalidad entre padre e hijo, aparece hacia los tres años:
es el complejo de Edipo definido por Sigmund Freud inspirado en el mito de la
tragedia griega de Sofocles. El niño tiene la molesta impresión de que su papá
se quiere apropiar de su mamá y que le imposibilita así tenerla toda para él.
Lo considera un auténtico rival y entra en competencia con él para apartarlo y
ganar toda la atención de su mamá. Cuando el padre introduce la ley y pone
reglas al pequeño “acaparador”, se delimitan territorios y el niño entra en una
etapa de aceptación e introyección de cualidades de su género. Empieza a copiar
la potencia y habilidades de su padre, ambiciona superarlo y esto incita al
niño a pelearse, a enfrentarse a él, en cualquier ámbito que su padre se
destaque y es así como se produce la identificación con su mismo sexo, ya que
al ser como su padre, puede también llamar la atención de su madre. La
principal tarea del papá es producir con su presencia y su palabra esa
separación, porque esto les permite a los hijos poder volver a aproximarse a la
mamá sin temor a quedar atrapados. Pero a veces, la irrupción iniciada, termina
en rivalidad. Identificar el punto de quiebre del vinculo entre padres e hijos,
es esencial ante los cambios de contextos familiares de esta generación.
Inherentemente a los cambios e impactos sociales y culturales, en el
interior del ser humano, siguen vigentes ciertos arquetipos, ejemplos e ideales
que se sostienen de forma autónoma y se transmiten de una generación a otra. La
naturaleza humana, permanece invariable. Desde hace siglos, el argumento
edípico, es efectivo y atrapante en novelas, películas e historias, por exponer
el conflicto entre padres e hijos, donde se pone en juego el relevo de la
autoridad antigua por una nueva. Desde “Hamlet” a “El Rey León”, este modelo
permanece invariable. Por otro lado, para criar a un niño, se necesitan, hasta
hoy día, de amor y de límites, de un padre y una madre, estén estos presentes o
no, ya que todo niño, según la psicoanalista infantil Francoise Dolto, tiene
una idea de padre y madre, es un ley psicológica. Estas funciones las cumple en
parte un profesor, un padrastro, una abuela, una tutora, todos forman el
conjunto de personas que ayudan al niño a “sujetarse” a la cultura y a salir
del vinculo simbiótico de la madre, que si bien es muy necesario en los
primeros años de vida del prematuro bebé, puede llegar a ser perjudicial en
exceso para el niño que queda como “objeto” de su madre y no logra ser un
“sujeto” social.
El problema surge cuando el padre es incapaz de fundar su lugar o una madre
sobreprotectora impide directa o indirectamente al padre, por ejemplo; retar o
sancionar al niño cuando éste se rige bajo el principio del placer o “no sale de
abajo la pollera de mamá” entonces, la batalla está asegurada. Este modelo se
fue gestando desde la Revolución Industrial, “madre sobreprotectora, padre
ausente” esta dupla parental domina algunos hogares hasta hoy día. Este estilo
de crianza abrumó a las madres, en el sentido de no permitirles su adultez
social, y alejó a los padres, los transformó en seres ajenos en sus propias
casas. Es un modelo que se evidencio insatisfactorio para los adultos y
patógeno para los niños, porque son víctimas de un destino de confusas
emociones y futuras decodificaciones de un mundo que orbita arbitrariamente
entre el amor y los límites.
Sin bien, nada es regla cuando se habla del ser humano, si nos remitimos a
lo cotidiano, habitualmente, se observa una competencia “sana” entre padres e
hijos. Las diferencias personales y generacionales, abren debates a cualquier
efecto; por quien tiene la razón, quien sabe más y lo más nuevo, por la
experiencia de los años, por la cantidad de conquistas o aventuras amorosas,
las habilidades intelectuales, laborales, físicas y/o emocionales. Estas
controversias tan naturales y necesarias, pueden resultar nocivas cuando
gatillan desafíos que destapan el hervidero de testosterona que origina la
competencia donde se pone en evidencia que el hijo, necesita “matar al padre”
simbólicamente para derrocar la autoridad y abrirse como ser individual. Se
vuelve un “rebelde sin causa” y supone que una ruptura traumática le va a
“bendecir” con la emancipación y libertad para ganar la “corona”.
Con una sistemática oposición, se reivindica ante su padre como un ser
independiente, pretende en la lucha polémica, encontrar esa seguridad de la que
carece. Soportar que el hijo busque su soberanía en función a procesos competitivos
con la figura paterna, sin entrar a pelear con él y comprender que no es nada
“personal” sino “natural” en el crecimiento y revolución personal, requiere de
una madurez y tolerancia del rol mismo de ser padre, porque si no se saben
manejar y suplir simbólicamente estos podios, las heridas de combate, pueden
ser muy difíciles de sanar. Es probable que aquellos vínculos problemáticos e
indiferentes entre padres e hijos, sean resultado del fracaso de la comprensión
que implica asumir ser un modelo a seguir, ser ese “héroe” a quien también se
quiere destruir. Si se trata al hijo como a un extraño con quien pelear o
discutir cual archi-enemigo, es hora de cuestionarse de corazón y a conciencia
el daño moral y emocional que se inflige a un ser humano que depende del
“adulto” y su responsabilidad en el control de sus palabras y acciones, cuando
todavía él mismo, no puede elaborarlas y manejarlas. También indagar en la
propia historia personal con el padre, porque como los han tratado de hijos,
también inconscientemente "resarciremos" ese dolor con alguien mas
débil en el futuro.
Además, para los jóvenes de hoy día, en la era de un referente de padre como
“Homero Simpson” ¿Qué modelo tiene el hijo de hoy? ¿Con quien compite si no hay
un rival interesante? El estereotipo masculino actual, lejos de ser un ideal,
es muchas veces, una triste realidad. La desorientación vocacional, la falta de
motivación y ambición personal, las adicciones, denotan el descreimiento en la
autoridad y los pilares sociales. Una familia con roles desdibujados, “liderada”
por un machista en decadencia, donde se rompen las normas y se burla el rol de
toda autoridad, sugiere analizar a los jóvenes en sus contextos y las
incidencias de vivir en ellos, donde muchas veces, los propios hijos son
quienes deben comprender y aconsejar a sus confundidos padres, quienes
atravesados por la sociedad de consumo o prejuicios vencidos, viven bajo el dominio de un hedonismo infantil que reacciona de forma
inmadura ante cualquier cuestionamiento o dificultad; un padre así, se enoja,
discute de igual a igual y se pierde en la trampa misma de donde debería poder
apartarse con la madurez de los “grandes”.
El querer ser alguien “como mi papá” es una opción incierta para un hijo que
se esgrime entre sus propias inseguridades y las de su modelo a seguir, de
quien debería recibir esquemas y patrones validos, seguridad y fortaleza de la
templanza que dan los años, para creer en sus proyectos personales y no
humillaciones o degradaciones en pos de un bienestar egocentrista que teme ser
superado. Por eso y más que nunca, donde se cuestionan no solo los referentes, sino el
referente en sí, es importante entender, que ser padre, es una profesión
difícil y de mucho compromiso que requiere renovarse por completo,
fortaleciendo valores y principios. Alejarse del apego a las victorias pírricas
y adquirir aptitudes y fortalezas que reflejen ese modelo de persona que pueda
transmitir e inspirar a su hijo, desde las leyes básicas de convivencia, hasta
ambiciones y superaciones personales que puedan ubicarlo en un “trono” propio,
sin sentirse por eso vencido o acabado, es reconciliarse con el altruismo
propio del rol paterno. Crear espacios afectivos y adaptarse a las demandas que
ese hijo necesita de su progenitor; atención, compañía, cuidado, seguridad, presencia,
tolerancia, contención y por sobre todo reconocimiento de sus logros, es hacer
un buen trabajo donde no hay libretos ni se busca la perfección, pero si, toda
la entrega y amor que requiera la comprensión y madurez de un rol que no solo
enriquece a una nueva generación, sino que necesariamente, transforma a
cualquier hombre, en una mejor persona.
Pornografía ¿decisión o imposición a los jóvenes? El adolescente necesita
calibrar sensaciones y en esta etapa siente afinidad con respecto a la
sexualidad y toda información u observación sobre este tema le atrae casi
hipnóticamente, hallándola directa o indirectamente. Muchas veces por
“aburrido” de su rutina, encuentra que con actos subversivos, adentrarse en
algo “prohibido” le da una sensación de libertad. Es un hecho que sus múltiples
formas de acceso cada vez más fáciles, como los smarthphones, tablets, Pc,
televisión, etc., hacen que la información, (sea la que fuere), esté al alcance
de la mano sin filtros y la pornografía es moneda corriente entre adolescentes,
aunque no lo queramos o podamos aceptar.
Es probable inclusive que el pudor de los adolescentes de hoy día sea
diferente y menos marcado que en épocas anteriores, porque la desnudez y la
pornografía gobiernan el mercado de la televisión comercial, imágenes de
revistas e internet. La saturación con respecto al sexo, probablemente trastocó
los valores y eso si que es una distorsión y por lo menos necesita una
actualización para no escandalizarnos ni juzgar a esta generación. Las escenas
de sexo y desnudos “artísticos” ya no rozan la pornografía, lo son
solapadamente justificados por sueños altruistas, un discurso perverso que
retuerce cualquier cabeza, adolescente o adulta.
Algunos consejos que podemos
dar a los adolescentes:
* Obedecer a un cuerpo en constante cambio, es difícil de manejar, por eso
es importante no dejarse llevar por “el primer impulso” es mejor pensar y
meditar.
* Es importante que, a pesar de que se sienta “todo poderoso y sabelotodo”
debe considerar que su criterio muchas veces se encuentra dominado por un
proceso
“instintivo” de cambios hormonales y físicos, que busque la serenidad en sí
mismo, en los valores que aprendió en su familia ya que su cuerpo, que es como
una máquina de “formula uno” que le pide acelerar, no siempre es buen
consejero.
* Comprender que es una etapa donde necesariamente deberá aprender a
frustrarse muchas veces y convivir con esto por un buen tiempo sin doblegarse,
ya que esta etapa, pasa y se logra la autonomía.
* Es importante que aprendan cuales son los límites entre lo correcto y lo
incorrecto con respecto al sexo, su cuerpo, el pudor, la vergüenza y la
protección en todo sentido, física y psíquicamente, porque hoy día, esos
límites, están borrados y algunas conductas con respecto a los desnudos y al
sexo casi explicito, se exacerban y valoran como buenas y artísticas. Saber
diferenciar entre curiosidad y exceso, entre descubrimiento y abuso, es una
delgada línea que puede marcar la diferencia.
* Una forma de aconsejar a los hijos podria ser:
* Lo principal es hablar, la comunicación es vital para saber cuáles son los
límites con respecto a este tema.
* Tratar de incentivar temas de conversación más solemnes con respecto al
ser humano, a la mujer, a la familia evitando dar importancia y trascendencia a
programas o personajes que remitan a la mujer objeto, violencia o falta de
respeto.
* Controlar el uso de internet con algún filtro y poner la PC en un lugar
visible de la casa, nunca en la habitación. Controlar los celulares,
smarthphones, blackberry etc, así como los programas de televisión.
* Hablar sobre el peligro de la pornografía infantil, una película que se
llama “Trust” (Confianza) muestra este argumento; una chica de 14 años se
enamora de un adulto con quien chatea, a falta de amor familiar lo busca afuera
pero encuentra mentiras y abuso.
* Evitar alarmarse si se encuentra material pornográfico en manos de los
hijos, más bien hablar con ellos y no humillarlos o hacerles sentir culpables,
porque eso los alejara aun mas del contacto familiar e irá en busca de mas
sensaciones “placenteras” fuera del hogar y sus valores.
El instinto de vida, la pulsión sexual como tal, es una energía que debe ser
canalizada de alguna manera. Si el adolescente, (además de su cuerpo en pleno
apogeo y erupción) es bombardeado las 24hs al día con imágenes, músicas y
contextos eróticos y pornográficos sin poder canalizar y gastar esa energía la
única forma de escape que pueden tener es la violencia, es una forma de “tocar”
al otro, de percibir otro cuerpo y sensibilizarse. Por lógica, los instintos no
deberían estimularse, ya que están allí en potencia, instintivamente, a flor de
piel, en cambio; el estudio, la espiritualidad y muchos otros aspectos más
elaborados, deberían ser estimulados y propiciar espacios para que sean
adoptados por los jóvenes como algo natural y no impuestos.
Por supuesto que canalizar y sublimar la pulsión sexual a través del
ejercicio y el arte es algo necesario y todos lo hacemos. Pero la sobre
estimulación del instinto es el problema. Ni todas las competencias de
resistencia física y deporte extremo que tanto atraen a los jóvenes hoy día
podrán canalizar una energía disparada a nivel cerebral e instintiva si no se
establecen parámetros y controles posibles en un mundo que exagera y atiborra
tanto con el tema del hedonismo, la sensualidad y el sexo. Lo más probable es
que deriven en violencia y nervios. Para eso, los padres de hoy día, deben
superar sus posibilidades de atención y mirada a sus hijos adolescentes, pero
una mirada basada en la confianza, no en la sospecha ni la querella.
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