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El poder de la paciencia





La paciencia es la fortaleza del débil y la impaciencia, la debilidad del fuerte.
Immanuel Kant (1724-1804) Filosofo alemán.

En más de una vez y por más de un motivo nos encontramos impacientes. Exclamamos en una conversación privada con nosotros mismos “no veo la hora de que lleguen las vacaciones, de que empiece el trabajo, las clases, de que mi hijo camine, hable, se reciba, se case, que llegue el día de mi jubilación, que llegue el delivery” en fin, la cantidad de motivos por los cuales queremos que llegue cierto momento, son miles. Por lo tanto, no solo vivimos en un futuro incierto en el cual nos pre-ocupamos (literalmente nos ocupamos anticipadamente) sino que dejamos de concentrarnos en el proceso, en el presente. La paciencia es una virtud, y de la cual derivan muchas otras; el perdón, la tolerancia, la fe. Además tiene un poder, y como dice el libro del Dalai Lama en el cual se fundamenta este articulo y que le da titulo “El poder de la paciencia” es más necesaria que nunca en un mundo lleno de ira, de discriminación, de intolerancia, de inmediatez, que deriva en atentados, terrorismo, miedo, falta de misericordia y caridad, principales causas de la infelicidad.

Practicar la paciencia no es poca cosa en el mundo en que vivimos y es probable que nos prepare y anticipe a situaciones que podrían desatarse en este futuro apocalíptico que nos presentan los medios y las informaciones que nos llegan de todo el mundo. Como dice el mencionado libro; “El sufrimiento, la discordia y la violencia de nuestro mundo, se expresa de forma continua en los medios de comunicación, sobre todo en la televisión, y se hace patente en las incesantes disputas sociales, en el comportamiento de nuestros líderes en las institucio­nes, en el aumento de la violencia doméstica y los abusos a menores y en el sentimiento de rechazo y odio que impregna nuestra cultura. En muchos casos la amabilidad, la paciencia y la compasión parecen formar parte de un pasado mítico. Shantideva señala que un instante de ira puede destruir toda una vida de mérito. Esta afirmación puede parecer exagerada en un primer momento, pero si reflexionamos sobre ella descubriremos que tiene un gran sentido. Cuando nos enfadamos con alguien no solemos darnos cuenta del efecto que nuestra reacción provoca en esa persona, por no hablar de las consecuencias posteriores: la persona ofendida no se queda con la ira sino que la transmite a los demás”.

El antídoto de la ira es la paciencia y es por esto que es tan importante cultivarla y transmitirla en la época actual, donde vivimos apurados y tratando de ganar a todos, sin medir las consecuencias de hipotecar nuestra paz mental por una vida acelerada sin sentido, ya que la falta de paciencia y la preocupación, no solo es esa conversación privada inocua con nosotros mismos, sino que llega a ser un estado de animo toxico que desata síntomas psicológicos reales como la inseguridad, la ansiedad, la duda, por ese algo que creemos o sabemos que podría o va a suceder. Ni hablar de la personalidad inoportuna, impuntual, que vive a destiempo, haciendo perder el tiempo a los demás o creyendo que el tiempo es eterno o efímero, subestimando ese valor tan relativo que no podemos definir pero que nos constituye. Este pensamiento teñido de ansiedad constante tiene como patrimonio a las fantasías y las imágenes de lo que podría pasar, haciendo que esta vivencia sea mucho mas real y con sus consecuencias también reales, físicas y psicológicas.

Podemos perder la paciencia en cualquier situación que no podamos predecir o controlar, y esta energía flotante crecerá en la medida en que le demos la consistencia e importancia que muchas veces, no amerita, haciendo crecer no solo fantasías, sino fantasmas. Se convierte en una autopersecusion interna, permanente, que nos llena de pesadillas en las que se destacan, por lo general, argumentos fatales y de peor desenlace. Se transforman en monstruos que nos atemorizan y paralizan y muchas veces ya no diferenciamos que han sido parte de nuestra propia creación y que en realidad son preocupaciones derivadas de la incapacidad que tenemos de soportar la incertidumbre del futuro o del destino fortuito y permitimos que nos acechen y terminamos por creer que hay poco o nada que podamos hacer porque ya los consideramos objetivos y no un sub producto de nuestra imaginación y ansiedad proveniente de la incapacidad de saber esperar.

Toda esta tormenta sucede en la mente. Es allí donde la energía se activa, se consume y se resuelve. Una estrategia para resolver la impaciencia y por ende la preocupación es la acción. Si tomamos medidas para hacernos cargo de las cosas que esperamos que pasen, que vemos venir, si prevemos, pero con acciones claras, ordenadas y organizadas, podemos tener una respuesta eficiente y no solo fantasiosa (y por ende catastrófica) de todo aquello que tememos que nos pueda pasar, evitando de alguna manera caer constantemente en esa compulsión a la neurosis de destino que nos arroja a la fatalidad sin hacer nada al respecto. De esta forma, la preocupación desaparece, la espera se hace amiga y la paciencia una aliada en cualquier contexto, pero claramente para esto debemos tener cierta sabiduría, ya que pasamos de la rumiacion mental, a los actos, que involucran más actividades y productividades de nuestro cuerpo que fantasías. De esta forma nos activamos, salimos de lugar pasivo; hablamos, preguntamos, contestamos, nos movemos, investigamos, empezamos, terminamos, cambiamos perspectivas y con todo esto, nuestro estado de animo y nuestro destino. Con el movimiento y con el paso a la acción de todo aquello que especulamos, pasamos de un estado “paciente” a un lugar activo, nos da un poder de movilidad y de capacidad para diferenciar aquello que es una fantasía y lo que es real.

El reto de la paciencia

Para finalizar, transcribo del mencionado libro, lo que los monjes tibetanos suelen contar a sus alumnos sobre la paciencia, una historia popular que narra el encuentro de un ermitaño, que vivía solo en las montañas, y un pastor; “Un día el pastor pasó por casualidad por delante de la cueva del ermitaño. Intrigado, le preguntó a gritos: « ¿Qué haces solo en mitad de ninguna parte?». El ermitaño respondió: «Estoy meditando». « ¿Y sobre qué meditas?», preguntó el pastor. «Sobre la paciencia», dijo el ermitaño. Hubo un momento de silencio. Al cabo de un rato el pastor decidió marcharse. Mientras se daba la vuelta para irse se dirigió al ermitaño y le gritó: «Por cierto, ¡vete al infierno!». Éste respondió de inmediato: « ¿Qué es lo que has dicho? ¡Vete tú al infierno!». El pastor soltó una carcajada y recordó al ermitaño que estaba allí para practicar la paciencia. Esta sencilla historia ilustra con gran claridad el reto que deben superar quienes desean poner en práctica la paciencia: en una situación que normalmente conduciría a un arrebato de ira, ¿cómo podemos reaccionar con calma sin dejar de ser espontáneos? Este reto no afecta únicamente a las personas que practican una religión. Todos nos enfrentamos a él en nuestro intento de vivir con dignidad y decencia. En infinidad de ocasiones debemos hacer frente a situaciones que ponen a prueba nuestra paciencia y nuestra tolerancia, ya sea en el entorno familiar, en el trabajo o simplemente cuando al relacionarnos con los demás expresamos nuestros prejuicios, dudamos de nuestras creencias y nos sentimos amenazados. Es entonces cuando más necesitamos nuestros recursos internos. Shantideva diría que todo esto pone a prueba nuestro carácter e indica hasta qué punto hemos desarrollado nuestra capacidad para actuar con paciencia y tolerancia. La historia del ermitaño demuestra además que la paciencia no es algo que se pueda cultivar de un modo aislado. De hecho, es una cualidad que sólo puede desarrollarse en relación con otros seres humanos. La respuesta espontánea del ermitaño indica que su desarrollo interior es tan inestable como un castillo de arena. Una cosa es pensar en la tolerancia y la compasión hacia los demás en un entorno solitario, y otra bien distinta poner en práctica estos ideales en la convivencia diaria con seres de carne y hueso”.

La paciencia es la manifestación de la actitud de no esperar nada porque en este sentido, cuanto mas esperamos obtener, menos disfrute obtendremos, las cosas están siendo tal y como están siendo mas allá de nuestros gustos o antipatías personales. La paciencia surge de la profunda aceptación. La paciencia nos permite tolerara los errores de otros y actuar con libertad, lejos del resentimiento y los deseos de venganza. La paciencia no es saber esperar, no es resignación, ni un acto de masoquismo, no es aguantar, es justamente no esperar nada y soportar eso, contemplando el carácter vacío de cada cosa.

Lic. Gabriela Casco Bachem

Psicóloga

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