La relevancia emocional de tener una
relación positiva con los padres
Muchas
veces nos preguntamos ¿Cómo podemos hacer para que nuestros hijos nos respeten?
¿Debo ser más exigente? ¿Tener más personalidad? ¿Imponer mas límites? Y en
estas preguntas nos desviamos de una respuesta clara; la relación con los hijos
depende de la relación con nuestros padres. Si la relación que tenemos con
nuestros padres es conflictiva, ya sea en este momento de la vida, o
permanentemente y sentimos que la relación con nuestros hijos ya sean pequeños,
adolescentes o adultos, es conflictiva o se encuentra bloqueada, es importante empezar
por registrar nuestra relación con
nuestros padres. Es un camino que no siempre consideramos tomar, ya que solo
vemos el efecto (malestar con los hijos, falta de respeto, indiferencia) pero
no la causa. Reconocer si tenemos conflictos con nuestra relación originaria, es
de suma importancia para iniciar un proceso de cambios en la configuración de
los fundamentos emocionales en los que estamos entramados para poder liberar
los nuestros con los hijos. Es diferente la relación con los hijos de una
persona que tuvo una relación positiva con sus padres, que para aquella persona
que tuvo una relación conflictiva. Si bien, intentamos evitar actitudes y
conductas que rechazamos de nuestros padres en la crianza de nuestros hijos, se
nos escapan cuestiones inconscientes que más tienen que ver con las emociones (aspecto
emocional) que con las reacciones y conductas (aspecto racional). Hablamos de
este tema empezando el año lectivo, porque es donde inician las obligaciones
escolares, donde cumplir horarios, tareas y mandatos muchas veces se convierte
en una fuente de estrés cotidiana. Por eso, es necesario considerar e iniciar
un año diferente. Cuando retomamos las rutinas y las obligaciones es cuanto más
conexión necesitamos con los hijos, para que nos escuchen desde un lugar de
respeto y consideración y no desde las exigencias, gritos, castigos y extorsiones para
que cumplan con sus responsabilidades. ¿Cómo lograr esta conexión? Podemos
empezar indagando en nuestras relaciones originarias, para limpiar de “malezas
emocionales” nuestras relaciones actuales y liberar espacio para crear nuevas
formas de relacionamiento basado en el respeto y la comprensión. ¿Misión
imposible? Nada es imposible con amor y toma de conciencia…
En
paraguay, todavía somos una sociedad marcada por las relaciones entre padres e
hijos, y nuestra generación, que hoy día es madre y padre, somos herederos de estilos
de crianza en donde todavía el maltrato y la indiferencia emocional no se
cuestionaban como modelos de educación perjudicial o traumáticas para los niños,
eran estilos de educación comunes, incuestionables, efectivos y heredados también
de una generación en donde todavía era quizás más difícil aún ser niños. Con
ese bagaje emocional, muchas veces conscientes y por otros inconscientes,
arribamos a nuestras familias, para criar y relacionarnos con nuestros hijos.
La suerte de los niños de hoy día, es que somos una generación de padres que se
cuestiona; indagamos en libros de crianza, nos preguntamos, tenemos chats de
mamás/papás en donde nos contenemos y escuchamos, pero a veces sentimos que las
expectativas son tan altas, quizás por el auge de las teorías sobre el apego,
la crianza en positivo y los derechos de los niños y niñas, que nos sentimos un
poco perdidos. En algunos casos vemos como la sobreprotección crea pequeños déspotas
que piden todo sin dar nada a cambio; hijos indiferentes, exigentes, con todos
los derechos y sin obligaciones, que dejan a sus padres equiparados a sus
amigos, a sus “pares” guiándose solamente por los mandatos de consumo, y placer
inmediato. En estos casos, muchos padres se sienten impotentes, algunos sufren
violencias psicológicas, hasta físicas por parte de sus hijos. El caos
desatado, lleva a congregar a estos padres victimas de sus hijos, a una especie
de “sindicatos de padres” que exigen que se les devuelvan sus derechos y jerarquías,
recuperar el lugar y el respeto, aunque más no sea a través del miedo y la
obligación. Aparecen los castigos, las consecuencias y en esta dinámica de
víctima/victimario, ambos, padres e hijos, han perdido la brújula del amor, están
desconectados. En todos los casos de conflictos familiares, somos los padres
quienes debemos cuestionarnos sobre nuestra
relación con nuestros orígenes familiares y no (solamente) poner la responsabilidad
de la relación toxica con los hijos, sobre todo adolescentes ¿Cómo es nuestra relación
con nuestros padres, la que tuvimos en la infancia y la relación actual? De la
respuesta a esta pregunta, vamos a rescatar la seguridad que nos abandona cada
vez que sentimos un quiebre con nuestros hijos y a partir de allí vamos a
conocer los puntos ciegos que nos arrojan a repetir conflictos, solo de esta
manera podemos iniciar un camino hacia una crianza basada en el respeto,
empezando por respetar a nuestros padres, a veces, empezando por el perdón.
Para
muchas personas un desafío personal es llegar a un buen relacionamiento con sus
padres, lo que para otros se da por sentado, para ellos es una meta que
alcanzar. Para iniciar este camino, el perdón es la principal herramienta para
que el crecimiento personal pueda abrir las compuertas del equilibrio que uno
quiera proyectar en su familia. La relación con nuestros padres tiene mas
influencia de la que dimensionamos con relación a los vínculos con nuestros
hijos. A veces nos toca ser testigos de relaciones toxicas entre padres e hijos
y podemos decir que en la adolescencia es una etapa en la que la “emancipación simbólica”
es necesaria para que el hijo pueda tomar las riendas de su identidad y por eso
necesita desprenderse y renegar de todo aquello que antes admiraba e
introyectaba de sus padres. Pero cuando vemos esto en personas mayores, en
adultos que siguen en conflicto eterno con sus padres, uno se pregunta ¿quien
va a ceder? Obrar como adulto implica aceptar, ceder, perdonar muchas cosas, de
lo contrario, las emociones son las que gobiernan los vínculos y no la madurez,
que requiere una carga importante de aceptación y nivel de frustración. Los
fundamentos emocionales básicos se originan en los relacionamientos parentales.
Si las relaciones con los padres son conflictivas, probablemente estas dinámicas
se repitan en los vínculos con la pareja, hijos y amigos. Es como el armazón de
las emociones en donde las demás se irán tejiendo, muchas veces repitiendo
patrones, otras veces, evitando esos entramados, pero siempre como referentes,
entonces, en principio, uno de los cuestionamientos básicos para poder tener un
relacionamiento sano con nuestros hijos es empezando a reparar el nuestro con
nuestros padres.
Como
no podemos controlar la actitud ni cambiar a los demás, podemos hacer algunos
cambios en nosotros mismos para poder modificar nuestro ambiente, es decir, nuestra
percepción del mismo:
- Aceptar a los padres tal cual son: podemos
empezar por conocer sus historias de vida, indagar a otras personas que los conocieron
en la infancia, adolescencia, escuchar otras versiones, para así conocer sus experiencias
desde otras perspectivas y no solo la que escuchamos siempre desde ellos y sus
experiencias. De esta forma vamos a poder poner en perspectiva ciertas
actitudes que tienen con nosotros conociendo su biografía.
- Bajo el techo de los padres, se siguen sus
reglas: Esta es una materia difícil de pasar para quienes ya adultos,
por diferentes circunstancias, viven con sus padres. Para que la convivencia
sea amena, lo mínimo que se puede hacer desde el lugar de hijo/inquilino del
hogar de los padres, es respetar sus reglas y costumbres.
-Hacerse de tiempo para ellos: demostrar
consideración, veneración, respeto, amor, importancia, tolerancia, comprensión,
paciencia y lealtad a los padres, es el mayor legado que podemos dejar a nuestros
hijos, en principio porque son testigos del respeto mismo hacia su historia e
identidad engendrada en sus abuelos, y a futuro, una inversión para nosotros,
porque solo con el ejemplo de cómo nosotros tratamos y consideramos a nuestros
padres, es la forma en que ellos lo harán con nosotros y esta costumbre también
la tomaran sus hijos, es un engranaje de vínculos positivos que podemos empezar
a construir ahora.
El
trato respetuoso y considerado debe ser totalmente independiente a la historia
de vida, problemas, discusiones o quiebres emocionales y errores que hayan
tenido nuestros padres, que como nosotros, no son perfectos, pero entender que
esos errores ya no le pertenecen al presente, ni al futuro de nuestros hijos,
es el principio de la liberación. Estén o no vivos nuestros padres, debemos
referirnos sobre ellos siempre con palabras e historias que honren su memoria, así
los hijos van a aprender a amar sus raíces y sentir un orgullo y pertenencia a
la familia.
Es
cierto que muchos padres son caóticos e imperfectos y que por alguna razón, la
distancia con ellos fue inevitable, incluso necesaria y saludable, pero no por
eso debemos contaminar nuestros vínculos actuales. Por otro lado, es importante
eliminar el concepto de que pedir perdón es como un acto de sacrificio,
humillación o sumisión, lo cierto, es que es el acto liberador por excelencia,
ya que, como dice la frase “si te vas huyendo de algo… estará contigo allá
donde vayas, no importa cuán lejos vayas”…Por eso, si la relación es
rescatable, si el perdón es posible, la primera prueba que podemos ponernos a
nosotros mismos sobre nuestra capacidad de perdonar y soltar los rencores, es
perdonar a nuestros padres, ya que ellos son la fuente de nuestras emociones
originarias y a partir de sanarlas con ellos, vamos a poder estar libres para
vincularnos con los demás desde un lienzo independiente de trazos ajenos.
Lic. Gabriela Casco Bachem
Psicóloga
gabrielacascob@hotmail.com
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