Infertilidad y desconexión emocional
¿Sufre más aquél que espera siempre que aquél que nunca esperó a nadie? Pablo Neruda
Según la psicoanalista Laura Gutman, terapeuta familiar, en su libro “Crianza, violencias visibles e invisibles” dice; “una de cada seis parejas tiene problemas de infecundidad, alrededor del cuarenta por ciento está relacionado con dificultades en los varones y un sesenta por ciento con las mujeres. El recuento y movilidad de espermatozoides vienen reduciéndose impresionantemente en las últimas décadas. Sabemos que la baja en la cantidad de espermatozoides está relacionada, en parte, por el consumo de tabaco, marihuana y alcohol. Hay encuestas en los estados unidos, que alarman sobre la increíble cifra de cuarenta y dos por ciento de varones estériles, lo que muchos varones están viviendo como problema personal, en realidad es algo colectivo. Lamentablemente, aun hoy, cuando hablamos de fertilidad solemos apuntar solo a los inconvenientes en las mujeres. Tal vez haya que equiparar la cantidad de ginecólogos que hay con un poco mas de andrólogos. Aunque es lógico que las mujeres seamos quienes consultemos en primer lugar, porque frecuentemente expresamos inicialmente el deseo de concebir y criar hijos. De todas maneras, la dificultad para concebir es una realidad de la pareja y será menester pensarlo globalmente”. Si bien existen muchos factores que influyen; la alimentación, el medio ambiente, el estrés, en la mayoría de los casos, se desconocen las causas de la infertilidad y es allí donde nos preguntamos si tiene que ver con una cuestión que va mucho mas allá de lo físico y medible científicamente, y tiene más que ver con algo interno y emocional empezando por reconocer que la concepción en sí misma es un hecho misterioso, cuasi milagroso y que no se puede reducir a soluciones de hormonas inyectables y apareamientos cronometrados.
Laura Gutman, continua diciendo al respecto, que “por lo general las mujeres que no quedamos embarazadas es porque una parte oculta y rechazada de nosotras mismas no lo desea, aunque esto no esté claro para la conciencia. En general, nos sucede a las mujeres exitosas en el mundo exterior, a quienes la presencia de un hijo nos arruinaría en parte nuestros planes. Muchas de nosotras continuamos siendo infecundas mientras trabajamos entre sesenta y ochenta horas semanales y estamos agotadas, obviamente. Además, intentamos ser exitosas en todos los planos y acostumbradas a hacer grandes esfuerzos, nos esforzamos también en este asunto, creyendo que la batalla y la tenacidad son el camino adecuado para concebir un hijo. Paradójicamente, todos sabemos que las mujeres con menos identidad en el mundo laboral concebimos más fácilmente y sin tanto lio. Para concebir un hijo, necesitamos fundirnos en un “estar” puramente receptivo y quieto; no es algo programable dentro de la nutrida agenda llenísima de obligaciones. Por supuesto que tener un trabajo o una profesión no afecta en sí mismo a la fertilidad, sino que posiblemente tenga que ver con la carga de identidad, deseo y libido que las mujeres desplegamos en el trabajo”. “También cuenta la distancia emocional que hay entre nuestro ser interior y la mayoría de las actividades que desarrollamos en nuestra vida cotidiana. Ese alejamiento entre el yo interno y el yo externo nos puede dejar infecundas y esta es una realidad que se nos presenta cada vez mas asiduamente, mostrándonos que hay un largo recorrido a transitar en la compresión e integración de muchas de nuestras “partes” antes de traer un niño al mundo”. Además no faltan argumentos que infundan miedos en un mundo altamente competitivo y que justifiquen la discriminación a la mujer incluso leyes que, habiendo sido concebidas para ampararlas, tienen un doble efecto positivo-negativo: por un lado protegen durante embarazos y partos, por otro las hacen más vulnerables frente a posibles contrataciones.
Todo esto, probablemente nos deja mimetizadas muy profundamente al mundo “masculino” alejándonos de nuestra esencia femenina al momento de preparar un lugar acogedor y calentito, quieto y tranquilo donde pueda anidar un embrión. Empezando por cómo “nos tratamos” y definimos, sin quererlo, con respecto a todo lo que tiene que ver con la femineidad, por ejemplo, la desconexión que algunas tenemos con respecto a nuestro cuerpo, sus ciclos y ritmos y nuestras emociones. Todas las mujeres sabemos que existe una relación entre la menstruación, el embarazo, el parto, la menopausia y las enfermedades afectivas, en especial la depresión. ¿Cómo no habrían de darse consecuencias emocionales cuando buscamos un embarazo y este no sucede? ¿O después de una perdida, si después de un embarazo que llega a feliz término existe una posibilidad de deprimirse? La consecuencia más inmediata a la expectativa de un embarazo buscado es el estrés y el estrés es hostil. Si bien es cierto que todos los meses sentimos molestias y dificultades, si notáramos desde la perspectiva de la naturaleza, regular, equilibrada, puntual, comprenderíamos que lo que nos indican estas “molestias” en los momentos de ovulación y menstruación, es que estamos entrando a un momento de reposo, respeto y comprensión de nuestro maravilloso cuerpo capaz de engendrar vida. Pero no. Para nosotras, las mujeres “modernas” estamos “enfermas” y renegamos este momento de alta sensibilidad que nos impiden muchas actividades y que “alteran” nuestro estado de ánimo y deprime nuestra “energía turbo” y nos resta eficiencia para cumplir con los horarios sociales y laborales. Por ende, sin darnos cuenta, el precio que pagamos es perder el ritmo de nuestro ciclo sagrado, el cual también sintetizamos y virtualizamos por medio de pastillas anticonceptivas (sin desmeritarlas) porque olvidamos que es el que regula y ordena nuestro cuerpo y mente, y en vez de reposar, comer chocolates o simplemente llorar a solas, nos tomamos un coctel de ibuprofeno y demás analgésicos para “evitarlos”. Esta desconexión constante con nuestros ritmos naturales, nos lleva en principio a desconocer muchos de nuestros estados de ánimo, que van desde la alegría del estado fértil y acogedor de vida, a la depresión de la muerte, simbolizada con el sangrado. La pérdida de los periodos, que a veces no se presentan, o desaparecen, también nos lleva a problemas de fertilidad.
Por lo tanto es necesario pensar desde un punto de vista holístico y sincero, porque es importante definir si estamos dispuestas a entregarnos de cuerpo y alma a tener un hijo. Empezando por liberarnos de los prejuicios, supersticiones, pesimismo y autoexigencias. Por otro lado, antes de someterse a tratamientos de inseminación artificial y fecundidad, ahondar primeramente en las emociones de la mujer y el hombre que “no pueden” engendrar y sobre todo comprender los acuerdos implícitos de la pareja, lo cual no es garantía de nada pero, antes de pasar por situaciones de estrés, expectativas, gastos monumentales, hormonas y tóxicos, es imprescindible analizar el vínculo de pareja, donde las emociones así como las sensaciones de placer sexual y de admiración a la pareja, estén en dudas, porque callar sobre cómo cada uno vive su sexualidad dentro de la pareja evidencia la desconexión emocional; hablar sobre el placer o displacer, el cuerpo, los miedos, deseos reales e investigar si qué lugar y espacio afectivo existe para uno más, es conocer qué nos une más allá del amor y el sueño indiscutible de tener hijos. Laura Gutman, dice “constato que el tiempo que pasan juntos la mayoría de las parejas es escaso o nulo y que la intimidad es poca, a pesar que “hagan el amor” todas las noches. También es real que las mujeres de hoy retardan diez años mas la procreación, lo cual también causa cambios radicales, donde millones de mujeres nos hemos rebelado contra la vida circunscrita que hemos visto vivir a nuestras madres y abuelas. En algunos casos, estas madres nos han incitado a estudiar para no repetir sus historias. Reconocer históricamente donde estamos ubicadas nos puede ser útil a la hora de pensar en lo embarazoso que nos resulta a veces quedar embarazadas”.
La concepción es un misterio y cuando aparece la infertilidad nos lleva a cuestionarnos profundamente. Básicamente, tenemos que pensar si estamos sinceramente dispuestos a sacrificarnos en función a un hijo y saber que vamos a renunciar (al menos por unos 5 años) al; trabajo, éxito, dinero, horarios, bienestar físico y emocional, independencia emocional, viajes, tranquilidad. Por otro lado, la fertilización asistida puede tener un sentido trascendental si está en conjunción con esta apertura y altruismo que implica un hijo, ya que es la única manera en donde la ciencia sería capaz de invitar a un alma a anidar en un cuerpo que busca vivir y ser parte de los milagros de la vida en sí misma.
Lic. Gabriela Casco Bachem
Psicóloga
gabrielacascob@hotmail.com
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