“Si el problema no tiene solución, ya esta solucionado” Anónimo
Buda dijo que las cuatro nobles
verdades son: “1) Existe el sufrimiento 2) El sufrimiento tiene causa 3) Todo
lo que tiene causa tiene un cese 4) Hay un camino que nos aparta del
sufrimiento”. Naturalmente todos tratamos de evitar los problemas y
el sufrimiento, pero al evitarlos de forma patológicas, creamos en esa misma intención, un
problema mas grave, un deseo neurótico
(neurótico entiéndase porque es imposible) donde rechazamos con fuerza, todo
dolor, cualquier experiencia de insatisfacción, contrariedad, etc., y buscamos
solamente aquello bueno y gozoso que deseamos experimentar. Pero desde el libro
del Génesis, el deseo del ser humano empezó a partir de la prohibición y de una
dificultad para realizarlo. Cuando el
hombre, transgredió esa prohibición, empezaron todos sus problemas, todos sus
sufrimientos, porque empezó a desear y con culpa. Lo que no valoramos de esto,
es que a la vez, también empezó a vivir, y que ese es el verdadero paraíso, la
vida, y que la vida, es sufrimiento. Al salir del “nirvana”, del “paraíso”, (que no es otra cosa que la
muerte, el no deseo),
el hombre empezó a desear y por ende a tener problemas que resolver. Entonces,
cuando evitamos el sufrimiento y los problemas, no estamos haciendo otra cosa
que “morir” en pos de un imposible, porque la vida es esa falta de armonía, son
esas pequeñas cotidianeidades que nos molestan, que nos movilizan, que nos
enervan y que nos hacen sentir vivos, que nos hacen seguir adelante porque
existen deseos (es decir, anhelos, que no es lo mismo que necesidades
biológicas ni deseo sexual).
Podemos ilustrar esta idea en un
cuento del libro “Mirando al sesgo” del filósofo y psicoanalista esloveno
Slavoj Zizek: “El señor Wayne, visita al viejo y misterioso Tompkins, que
vive solo en una choza ruinosa y llena de desechos en descomposición. Se
rumorea que, por medio de una droga especial, Tompkins es capaz de trasladar a
las personas a una dimensión paralela donde se satisfacen todos sus deseos. Para pagar este servicio hay que
entregarle al viejo alguno de los bienes materiales más valiosos que uno posea.
Wayne encuentra a Tompkins y comienza a conversar con él, quien le dice que la
mayoría de sus clientes vuelven muy satisfechos de su experiencia; no se
sienten defraudados. Sin embargo, Wayne duda, y Tompkins le aconseja que se
tome tiempo y reflexione antes de decidir. Mientras vuelve a su
casa, Wayne piensa al respecto, pero, en cuanto llega, la esposa y el hijo
que lo están esperando lo envuelven pronto en las alegrías y pequeños problemas de la vida familiar. Después,
casi todos los días él se promete volver a visitar al viejo Tompkins y
procurarse la experiencia de la satisfacción de sus deseos, pero siempre
hay algo que hacer, alguna cuestión familiar que lo distrae y que lo lleva
a posponer esa visita. Tiene que acompañar a la esposa a una fiesta de
aniversario; después el hijo tiene problemas en la escuela; en el verano le ha
prometido al niño ir a navegar con él; el otoño llega con nuevas
preocupaciones. De este modo pasa todo el año, sin que Wayne haya tenido
tiempo de tomar la decisión, aunque en el fondo de su mente sabe
constantemente que tarde o temprano habrá de visitar a Tompkins. El tiempo
transcurre de este modo hasta que...despierta súbitamente en la choza
junto a Tompkins, quien le pregunta con amabilidad: ¿Cómo se siente ahora?
¿Está satisfecho? Turbado y perplejo, Wayne murmura: Sí, sí, por
supuesto, y le entrega al viejo todas sus posesiones mundanas (un
cuchillo oxidado, una lata vieja y algunos otros pequeños objetos). Después se
va rápidamente, apresurándose entre las ruinas que se desmoronan, para no llegar
demasiado tarde a comer su ración vespertina de papas. De este modo
alcanza su refugio subterráneo antes de que oscurezca y de que salgan de
sus agujeros la multitud de ratas que reinan en la devastación de una
guerra nuclear. Por supuesto, el relato es ciencia ficción del género “después
de la catástrofe”, y describe la vida cotidiana a continuación de una guerra
nuclear (o de algún acontecimiento análogo), que ha provocado la desintegración
de nuestra civilización”. Entonces, el deseo de Wayne era justamente aquello
que nosotros a veces consideramos “problemas”. Su deseo era tener una vida
llena de vicisitudes cotidianas. Problemas familiares, falta de tiempo, tener
que contentarse con las situaciones, contener a los hijos, a la esposa, cumplir
con los compromisos, con las promesas, es decir, todas aquellas cuestiones
básicas que consideramos problemas o pequeños sufrimientos, no son mas que la
evidencia misma de una sola cosa ¡que estamos vivos en un paraíso de dramas!
Puede ser que muy lejos del nirvana, cierto, que no es otra cosa que la paz
absoluta (¿la muerte?), ¡pero vivos!
Por otro lado, Jaques Lacan,
psicoanalista, dice sobre la angustia que “no hay angustia cuando falta el
objeto causa del deseo (a Wayne no le angustiaba posponer su visualización). “No es la falta del
objeto lo que da origen a la angustia, sino, por el contrario, el peligro de
que nos acerquemos demasiado al objeto es lo que causa la angustia” por eso Wayne
lo evitaba.
Nos pasa cuando por ejemplo, estamos por culminar nuestros estudios y por
alguna razón no “podemos” pasar un examen. Nos pasa cuando conocemos a alguien
que nos encanta, y nos boicoteamos y lo perdemos porque seria el cese del deseo
de estar con alguien que nos haga feliz, con lo cual perdemos nuestras quejas,
amarguras y argumentos. Nos pasa cuando estamos por llegar a nuestro peso
ideal, y “justo” salimos de nuestra dieta. Nos pasa todas las veces que
secuestramos nuestro deseo para poder seguir en su búsqueda, porque su
encuentro seria la “muerte” seria la plenitud, el nirvana, la inexistencia de
“la falta” y por ende, de deseo. Al perder la falta (constitutiva del ser
humano) perdemos la oportunidad de desear. Dice Lacan “La angustia es provocada
por la desaparición del deseo, no por su satisfacción”. La falta, es decir,
aquello que creemos que nos falta, le da sentido a nuestras vidas,
nos permite desear.
Así, cuando nos sentimos desdichados, infelices y miserables por no poder
acceder a ciertas cosas o lujos que “deseamos” no estamos mas que deseando de
forma neurótica, obsesiva (imposible), porque, por supuesto, existen cosas a
las que no podremos acceder, por mas optimistas y ambiciosos que nos
consideremos, y esa sí que es una forma neurótica de desear. Pero cuando
deseamos cosas posibles, aterrizadas, cosas que podremos cumplir o lograr,
nuestros deseos son positivos, son problemas que tienen una solución en nuestra
realidad y que nos llevaran a desear más cosas posibles sin la sensación de
perder sino de ganar.
A partir de estos discernimientos,
la próxima vez que consideremos “problema” a un problema, seria
interesante analizar
dos veces
antes de “sufrir” por ello, que no sea que como Wayne, en realidad, la
existencia misma de ese problema sea nuestro “deseo” y evitar despertar
en la resolución del mismo, la angustia, ya que como vimos, existe un beneficio
oculto detrás de ciertos problemas. Porque, por ejemplo ¿Qué pasaría si me
divorcio? ¿Qué pasaría si adelgazo? ¿Qué pasaría si me mudo a vivir a otro
país? ¿Qué pasaría si me decido a tener hijos? estos y otros cuestionamientos
menos existencialistas, quizás mas banales o mas complejos, pueden formar parte
del bagaje de problemas que nos preocupan, pero saber identificarlos
para resolverlos o reconsiderarlos, es el principio por resolver el principal
de los problemas, la toma de conciencia de lo que deseamos, y de como lo
deseamos. Existe una tragedia común que nos aqueja a todos. Si hace calor, todos lo padecemos, hay
que trabajar para comer, la corrupción, la inseguridad, los miedos, etc., pero
la forma en que afrontamos los
problemas tiene que ver con la manera en que estamos posicionados en la vida.
Si nuestra posición es neurótica, vamos a padecer
los problemas, los vamos a evitar, los vamos a negar, los podemos proyectar en
otros, los podemos “disfrutar”, procrastinar, perpetuar y hasta los podemos
inventar. Pero si nuestra posición es la búsqueda de la “iluminación” los vamos
a aceptar como inherentes a la vida, los vamos a resolver, para poder animarnos
a desear otras cosas, que conllevaran consigo el precio de su realización, cierto,
pero que nos
llenaran de satisfacciones reales y no imaginarias.
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