Reprogramar las exigencias
“No esperes a tenerlo todo para disfrutar de la vida, ya tienes la vida para disfrutar de todo” Anónimo
Vivimos en una sociedad de “mega exigencias” y en el siglo XXI existe un bombardeo casi permanente de mensajes que nos lo recuerdan; desde las redes sociales a la televisión y el mundo deportivo y artístico, en donde encumbramos modelos de belleza, inteligencia, talento y perfección, extremos. El hombre y la mujer actual consideran que “necesitan” alcanzar estos modelos y algunas condiciones mínimas (pero neuróticamente indispensables) para ser “felices”: ser delgados, estar en forma y a la moda, tener uno o dos títulos o maestrías, un trabajo acompañado de éxito laboral y profesional, una economía al día (y que le posibilite viajar por el mundo), una casa bien decorada, muchos amigos o muchos “me gusta” y una pareja y/o familia equilibrada. Para el joven adulto de hoy, todo esto (y más) se vuelve como un mandato que le atormenta, y le causa, como mínimo, ansiedad. Todas estas necesidades que nos hemos impuesto hace nada más que unas décadas atrás, detonan estados neuróticos y toda la lista de trastornos psíquicos y emocionales que caracterizan a nuestra era, que van desde los trastornos alimenticios al pánico y la depresión, en donde las mujeres se encuentran más exigidas, aunque los hombres no quedan atrás. Resulta evidente que estos estados de ansiedad prosperan por las exigencias del estilo de vida actual, a diferencia, por ejemplo, del estilo de vida de nuestros abuelos de hace unos 50 años, la cual estaba mucho más acorde con la naturaleza humana y sus necesidades reales. Para comprobar esto, bastaría con preguntarles, si ellos necesitaban de todos estos ítems para considerarse “felices” o exitosos. El resultado de una pequeña encuesta que hice a mis amigos mayores dice que para ellos, la casa podía ser normal, a veces heredada y con muebles reciclados de la familia ¿el peso? ni siquiera era un cuestionamiento y se mantenían en forma porque caminaban mucho, es más, la idea de hacer gimnasia recién se puso de moda en los años 80 cuando una escuálida Jane Fonda aparecía en malla y medias en unos videos para hacerlos en casa. En cuanto a los amigos y a la vida social, bastaban las visitas de familiares y vecinos, nada más. Quizás sea momento de analizar y reprogramar las exigencias que nos hemos inventado y así volver a conectarnos con aquellas vivencias de plenitud genuina, que no necesitan de muchos artificios ni esfuerzos para encontrar momentos felices.
Evolucionar hacia un estado natural de conciencia
El científico y naturalista inglés, Charles Darwin, no solo se interesó en la evolución biológica, sino también en la mental y emocional, lo que luego dio pie a las primeras teorías sobre la psicología evolutiva. Descubrió que, básicamente; “todos los seres vivientes están formados para ser felices” y lo explica así: “Algunos pensadores están tan impresionados con la cantidad de sufrimiento en el mundo que dudan de si hay más miseria que dicha, dudan de si el mundo es un lugar más malo que bueno. A mi juicio, la felicidad predomina... Si la mayoría de los miembros de una especie sufriese mucho, no se propagarían. Esto me hace creer que, por regla general, todos los seres vivientes han sido formados para estar contentos." Charles Darwin, Autobiografía, 1876. Ya en esa época él mismo se cuestionaba ¿Por qué entonces nos cuesta ser felices? Y la respuesta estaba en que, no vivimos de una forma natural, lo que también vemos descrito en el libro de Sigmund Freud “El malestar en la cultura”, aunque en él reconoce que sin ciertas renuncias al instinto, no se podrían crear civilizaciones ni cultura, y ese malestar es el precio a pagar (solo que no tiene porqué ser tan alto). Supongo que si vieran como vivimos hoy día, quizás se impresionen, ya que, no solamente vivimos prácticamente en plataformas virtuales, alimentos artificiales, etc., la mayor parte del día, sino que, además, las exigencias sociales y culturales, nos llevan a creer que necesitamos de mucho más de lo que realmente necesitamos.
La naturaleza humana no difiere mucho más que la de nuestros antepasados mamíferos, a los cuales podemos ver mucho más felices en su entorno natural, que en un circo o en un zoológico. Lo mismo sucede con el ser humano, a quien las necesidades superficiales y las exigencias extremas y externas, le someten a estados artificiales de felicidad y, por ende, superfluas. Cuanto más nos acercamos a nuestra naturaleza y a un estilo de vida basado en la esencia y no en la necesidad, más felices y menos neuróticos vamos a estar. Esto no significa dejar de lado todas las comodidades que la evolución y la tecnología nos han otorgado, e ir a vivir al campo con las condiciones mínimas de supervivencia, sino, tomar conciencia, que nada de lo que uno tiene o consigue externamente, tiene que ver con la felicidad interior y esto lo comprobamos cuando vemos a personas famosas que lo tienen todo; belleza, fama, muchísimo dinero y éxito y son infelices o se vuelcan a las adicciones.
Realmente, no necesitamos nada para ser felices
Queda claro entonces que, en la medida en que nos despojemos de estos pensamientos irracionales sobre las necesidades inventadas que “necesitamos de muchas cosas, juventud o belleza para ser felices” y tomemos conciencia que estos pensamientos artificiosos no nos conducen a la felicidad, vamos a poder enfocarnos en los aspectos que realmente merecen nuestra atención, como buscar la plenitud emocional y espiritual, aquella que agradece por estar vivos, por compartir con los seres queridos, por sentirse valiosos para alguien y para algo y disfrutar de las pequeñas cosas de la vida. Esto lo podemos ver en personas que reflejan una plenitud sin necesidad de ser exitosos o acumular riquezas o belleza. Podemos tomar como modelo familiar, a personas como Gandhi, contarles a nuestros hijos quienes son estos seres humanos maravillosos, qué obras hicieron, cuáles fueron sus pensamientos, porqué son reconocidos e inolvidables, como Nelson Mandela, la Madre Teresa, el Dalai Lama, incluso algún familiar a quien recordamos por su alegría de vivir, por su energía y entrega, más que por su patrimonio o por su belleza. Al encumbrar íconos de altruismo y valores universales, en vez de los de belleza o éxito económico, que, como ejemplo tenemos varios personajes como Maradona, Marilyn Monroe, que nos confirman, que son pasajeros, vamos a mostrarles que existen otros modelos y otras propuestas y referentes más interesantes para alcanzar la felicidad o plenitud en la vida.
Este concepto mental de gracia puede convivir con cualquier estilo de vida, ya que no se contrapone a que nos compremos autos lujosos o a querer estar en forma, a la moda o sentirnos bellos, sino, en comprender, que podemos tener y disponer de todas estas cosas y disfrutar de la vida, pero sin considerar que éstos sean la fuente de la felicidad, porque si consideramos que la felicidad se encuentra en cosas o ideas, al obtenerlas y luego darnos cuenta que no es así, vamos a vivir insatisfechos siempre y es posible entrar en un estado obsesivo de acumular cosas o buscar la belleza o la juventud, sin límites, lo cual puede ser frustrante y hasta peligroso. Así, reprogramando las ideas y exigencias, vamos a poder disfrutar y compartir nuestra felicidad con los demás, sin ser esclavos de ideas irracionales que nos hacen creer, que, como el arco iris, el tesoro se encuentra al final de una ilusión óptica, como es la imagen y todos los artificios y artefactos que la pueden decorar según la subjetividad consumista que enaltece la imagen en busca de aprobación y reconocimiento.
Para ser felices, restar en vez de sumar
La propuesta es entonces, llegar a un estado de conciencia que pueda diferenciar a la alegría banalizada y fugaz, la que no permite reflexión alguna y que, de ninguna manera puede esclavizar nuestro interés, ya que, esta felicidad de decorado y artificios, no es más que aquella que propician los bufones al rey y no la que se encuentra en los poetas o artistas, quienes logran traducir la belleza de la naturaleza universal, las emociones más profundas y tienen una alegría espontánea, libre y sublime, mucho mas cerca del estado natural y no artificial que nos somete a un orden o consignas preestablecidas de cómo ser o qué obtener para sentirnos supuestamente satisfechos. Restar necesidades y sumarse al estado de contemplación y agradecimiento, paradójicamente nos va a llevar a una satisfacción, sin causa y sin objeto.
Lic. Gabriela Casco Bachem
Psicóloga
gabrielacascob@hotmail.com
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