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Navidad agridulce... Cuando un ser querido ya no esta


Hace tiempo, mucho tiempo, un rey ofreció un gran premio al artista que pudiera captar en una pintura la paz perfecta. Al final, se quedó con una que tenía montañas escabrosas, una cascada y un cielo furioso del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Todo esto no revelaba para nada la paz deseada. Pero tras la cascada un delicado arbusto crecía en la roca. En este arbusto se encontraba un nido. Allí, en medio del rugir de la caída de agua y los truenos, estaba sentado plácidamente en su nido un pajarito. ¿Por qué crees que esta pintura fue la ganadora?
El Rey explicaba: "Porque Paz no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro o sin dolor. Paz significa que a pesar de estar en medio de todas estas cosas permanezcamos calmados dentro de nuestro corazón. Este es el verdadero significado de la Paz."
Este cuento anónimo, resume lo que nos pasa en las fiestas de fin de año cuando estamos en proceso de duelo, ya que lejos de esperar una dulce "noche de paz" lo que nos angustia es la expectativa que nos va a remitir a un amargo recuerdo que revive el dolor de la perdida de un ser querido. Pero quizás, si nos animamos a vivir estas fiestas "a pesar" de los estímulos externos, con cierta paz en el corazón y poder recordar a pesar del dolor, es un comienzo para aprender a vivir las fiestas sin temor ni deseos de evitarlas cuando hemos perdido a un ser querido.
Estamos expuestos y prácticamente "obligados" a percibir estímulos que nos pueden hacer sentir tristes. Desde escuchar los villancicos y el popurrí musical característico de todas las emisoras de radio del país y la televisión, a tener que cumplir con las costumbres y reuniones de fin de año para "celebrar" algo. Uno de los mecanismos de defensa más comunes en el duelo (y en especial en las fiestas de fin de año) es la evitación. Lo que queremos es huir y escondernos por unos meses en alguna isla desierta hasta que pase toda esta saturación emocional que se percibe en la época decembrina. Pero evitar convivir con los demás y con los estímulos externos, es como estar en un callejón sin salida, porque justamente, lo que nos pasa, tiene que ver con los demás, con que alguien nos pueda escuchar o entender. Así, estamos en la constante duda de no saber que hacer ni como festejar para no abandonar a la familia y grupo de pertenencia que quieren compartir, pero también queremos resguardarnos del dolor del recuerdo.
Haciendo una analogía entre las heridas físicas y las emocionales, podemos entender lo que es un duelo y como lo enfrentamos o lo evadimos. Por ejemplo; nos cortamos la piel, el proceso es que duele y sangra. Hacemos algo para que se cure, desinfectamos, cicatriza y se recupera (la marca de la herida queda ahí, para recordárnoslo, siempre). Pero si no hacemos algo, la dejamos abierta, puede infectarse, volverse crónica, amputarse o derivar en algo peor. De la misma manera, una herida emocional, nos duele, "sangra" y tampoco podemos hacer "como sí" no nos hubiésemos herido, porque si no hacemos algo activo por curar esa herida del corazón, también sucede lo mismo; se "infecta" y nos puede hacer mal, nos enferma. Una costumbre muy arraigada es la de "anestesiar" el dolor, taparlo, callarlo, como cuando intentamos curar inmediatamente las enfermedades con medicamentos, cirugías que extirpan, etc. Así, no seria raro "psiquiatrizar" en vez de "cicatrizar" las emociones, es decir, anestesiarnos de alguna manera; con ideas de "está todo bien" o "huir y hacer de cuentas que es un día mas" o más allá, con pastillas, alcohol, etc., y así pretender que la persona que ha perdido un ser querido, lo resuelva y "se olvide" y que ya no sufra, que festeje como si nada las fiestas y esté "normal". Pero esto es una pretensión muy ambiciosa.
La elaboración del duelo se hace a través de la palabra, hablando, todo lo que sea necesario. Todos los que hemos perdido a un ser querido, sabemos que existe un deseo de hablar de esa persona. Hablar de sus cualidades, es decir, el duelo es un proceso activo que solo arranca si hablamos de quien ya no está, y a muchas personas les cuesta siquiera este sólo primer paso, hablar y lo aplazan por muchos años. Desde hablar sobre ese dolor, o sobre anécdotas de la persona, o sobre cualquier cosa que necesitemos elaborar. Cuando las personas (con la mejor intención) nos invitan (sin saberlo) a "acallar" esos recuerdos, éstos, se convierten en crónicos. A veces, intentamos que el doliente se aturda con música, diversión, todo tipo de estímulos externos. Pero esto solo anestesia y enmudece las ideas por unas horas, luego vuelven para ser expresadas y escuchadas, quizás con alguna somatización, dolores físicos, enfermedades, culpa o melancolía.
Lo importante en estas fechas es tratar de registrar el dolor y su intensidad, y a partir de ahí ver si es algo que está ahí y nos puede acompañar en el día a día, o si es algo que nos enferma y nos hace padecer y estancarnos en el sufrimiento, lo cual es la principal diferencia entre dolor y enfermedad. La enfermedad nos paraliza, nos deja quietos. El dolor es un compañero que va y viene, pero que nos permite continuar la vida. Vivimos "a pesar del dolor" convivimos con el dolor de la mejor manera posible, en principio, un día a la vez, luego trabajamos, seguimos, hacemos lo que tenemos que hacer, es decir seguimos "conviviendo" con los demás y con el mundo y su calendario.
Muchas familias recordarán un ser querido que ya no está en muchos sentidos, por muerte, viaje o separaciones. Lo único seguro y "estandarizable" al momento de atravesar por un duelo, es que vamos a sufrir, aunque estemos convencidos de que nuestro dolor es único e irreproducible y que nadie mas lo comprende, todos sufrimos con las perdidas.
Lo que angustia de la muerte de un ser querido no es que esta persona ya no esta, sino que sigue estando muy presente, en la mente, en el corazón. Está con nosotros, en nuestros pensamientos, en cada ritual festivo o en las nimiedades de la cotidianeidad, pero sin estar. No deja de estar nunca y esa sensación de tenerlo tan presente en las ideas y en el corazón, pero no tenerlo como referente en el mundo real, es lo que causa la angustia. Por ejemplo, podemos decir; "mirá! a papá le hubiese encantado comer esta comida y esperar las doce junto al pesebre" lo pensamos, pero no está y es ahí donde no podemos completar el circuito necesario para compartir y revivir como era antes, lo que nos hace chocar con la realidad, dura, triste, pero real.
Freud en su clásico "Duelo y melancolía" describe el conflicto entre aceptación y negación de la pérdida, como la esencia misma del trabajo de duelo. Para concluir que en el duelo normal es el principio de realidad el que termina por imponerse.
En los casos de duelo por la muerte de un ser querido, los ritos funerarios presentes en toda cultura, muestran cómo el proceso de duelo, se da en ida vuelta permanente entre lo individual y lo grupal, cultural o social. Es decir, están vinculados tanto a los aspectos psicosociales de este tipo de pérdida, como a la presencia del principio de realidad. Es decir, el proceso del duelo es también permitirnos y animarnos a "convivir" con la gente, no aislarnos, ya que el duelo es un proceso grupal, social, de contención y apoyo. Una forma de empezar a "aparecer" de entre las tinieblas del dolor es pedir a la familia, a los amigos, que nos escuchen, que compartan con nosotros lo que nos pasa y que no se angustien ante ello, que no nos hagan callar, que entiendan que es justo y necesario para quien esta de duelo, HABLAR. Que nos aclaren dudas, que nos cuenten su visión de las cosas, o simplemente que nos abracen. Todo este "ejercicio" permite abrirnos a una dimensión extraordinaria: la vivencia de que somos humanos vulnerables, que necesitamos de otros y que no solo podemos dar amor, sino que también recibirlo, pedir ayuda y confiar en el otro, en las buenas y en las malas...
La invitación es que en esta Navidad, podamos renacer con la esperanza, de un reencuentro con esas personas que ya no están físicamente, pero SI están desde la palabra, desde el recuerdo. Hay vivos que están muertos, de quienes no nos acordamos nunca y muertos que están muy vivos, como Jesús. Permitirnos recordarlos con todo el cariño y honrar su presencia y renacimiento en los corazones de nuestra familia y hacerlo con la paz con la que quisieran que los recordemos, es una forma de festejar una nueva Navidad, con ellos.



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