La valentía de mostrarnos vulnerables
Ser
madre de dos varones me encontró en más de una ocasión diciendo frases
automáticas tales como; “los nenes no lloran” “eso es cosa de hombres” “ya pasó
no duele más, sos hombre, sos valiente” entre otras clasificaciones clichés
referentes a su género. Aunque luego de decir este tipo de cosas, uno siente
haber involucionado a un estado casi neandertal, lo seguimos haciendo porque,
tenemos instalado un guion preestablecido para criar “lo masculino y lo
femenino” y nos da miedo salir de esos esquemas, por más toma de conciencia que
tengamos con respecto a la igualdad de género y, por supuesto, porque heredamos
estilos de crianza (conscientes e inconscientes) de generación en generación. Estos
guiones no necesariamente traducen ni expresan lo que ellos verdaderamente
sienten en su interior. Hablamos sobre la masculinidad en un momento en el que “ser
hombre” se encuentra amenazado por representaciones en donde aparentar importa mas que ser y por ende, poner en marcha el
ejercicio oxidado de demostrar las emociones, puede ser la herramienta de
cambio cultural más importante para la evolución hacia un mundo más igualitario,
equilibrado y menos bélico.
Es
difícil ser hombre. La expectativa de que sean fuertes, confiados, temerarios,
valientes, osados, a que no se muestren vulnerables, que se sepan defender, que
sepan pelear, hacer deportes, que sean líderes, emprendedores, conquistadores, fuertes
e insensibles, entre otras cualidades supuestamente masculinas, son
muchas. ¿Cuántos hombres tuvieron que
fingir seguridad cuando se sentían acomplejados? ¿Cuántos tuvieron que ser
fuertes cuando su mundo se derrumbaba? ¿Cuántos hombres han hipotecado su
esencia humana, por aparentar una masculinidad arcaica, desconsiderando a las
mujeres o a sus sentimientos, solo para no decepcionar a sus padres, familiares
o amigos? ¿Cuántos maltrataron a un amigo o a un animal para demostrar maldad y falta de sensibilidad? Existen muchos hombres que todavía funcionan con estos papeles, pero
es momento de dejar de tratar de ser lo “suficientemente hombre” para llegar a
ser el verdadero “ser humano” que todos merecen ser.
Cuando
niños, solo buscamos ser aceptados, entrar en el circulo de amigos, ganar la
aprobación de los demás para evitar ser el blanco de burlas o segregación. Pero
para lograr esto, muchas veces, los chicos se mimetizan con cualidades que no
comulgan o que les parecen incorrectas y se adaptan a estilos que no les
pertenecen, solo para ingresar a la masa y así, se van desensibilizando y
perdiendo identidad. Los varones empiezan por rechazar todo lo que represente
ser femenino; desde los colores hasta las músicas. Esta antipatía hacia lo
femenino se evidencia más en la infancia. Surge en el periodo de latencia
(etapa psicosexual explicada por Sigmund Freud) que inicia a los 7 años. En vez
de concentrarse en la curiosidad por la sexualidad y el sexo opuesto, esta
energía se canaliza en los estudios y en el trabajo intelectual. También
aparece la vergüenza y el pudor. Luego, terminada la etapa de latencia, el
interés sexual y por el sexo opuesto, reaparece en la pubertad. Pero en esta
etapa de latencia, los varones tienden a rechazar todo contacto con las nenas,
o les parecen aburridas o molestas (y viceversa, las nenas prefieren estar
entre nenas y rechazan a los varones). En este momento, es en donde a veces,
queda muy marcado el rechazo a todo lo femenino y se configura esta
personalidad muy “masculina” anulando un aspecto de su personalidad; reprimen
sus sentimientos, tienen miedo de hablar sobre sus emociones o conectarse con
sus sufrimientos, porque eso es “de nenas”. Esta desensibilización,
desconexión, complejo y rechazo hacia todo aspecto femenino o tierno de la
personalidad, es a causa de vivir configurados en un discurso binario
(bueno,/malo, blanco/negro) con el que hemos construido toda nuestra sociedad.
La idea simplista sería: “el rechazo a lo femenino significa ser masculino”.
Desde pequeños se inyectan ideas tales como que “los niños son fuertes y las
niñas débiles” que “llorar es de nenas” y que demostrar los sentimientos o
buscar ayuda, es de cobardes (incluso por parte de las nenas con respecto a los
nenes). Pero podemos desactivar estas ideas prejuiciosas y empezar a criar
seres humanos y no simplemente hombres y mujeres criados con discursos que
etiquetan y que configuran machistas y princesas.
Las
formas en las que los hombres pueden empezar a reconciliarse con las cualidades
femeninas, y, por ende, criar con esa aceptación, es introyectando estas
actitudes naturalmente, sin sentirse menos masculinos por esto. Esto no
significa que todo lo aprendido para ser hombres o mujeres este mal, sino que,
es necesario un equilibrio entre los aspectos femeninos y masculinos que nos
constituyen, independientes al género.
Así, los padres pueden dedicar un tiempo para hablar con sus hijos, para
escuchar sus problemas y también a exponer los suyos, sin temor a debilitar su
imagen. Por ejemplo, todos conocemos a algún hombre (familiar o amigo) que ha
escondido sus problemas, que silencia su dolor. Que no supo pedir ayuda a
tiempo. Que se calla por vergüenza, por orgullo, que no tuvo, irónicamente, la “valentía”
de decir “ya no puedo más, necesito ayuda” o “estoy triste, me siento desvalido”.
Este tipo de personalidad “tradicionalmente masculina” tiende a generar estados
de ansiedad graves que pueden derivar en enfermedades relacionadas con el
estrés, justamente, porque no son capaces de liberarse de esa energía negativa
y esos pensamientos angustiantes, debido a que “deben mantener” una apariencia
de tipos fuertes y que lo pueden todo. Este tipo de ser masculino también
acarrea problemas en la adolescencia, cuando los chicos, incapaces de hablar de
sus problemas y de exponer sus emociones (a diferencia de las chicas) elevan su
frustración a estados de descontrol como las adicciones o problemas
delincuenciales, que en proporción son hechos perpetrados en el 90% por varones
ante el 10% por mujeres. Esto hace que los hombres no solamente sean víctimas de
un estilo obsoleto y peligroso, sino de sus propias consecuencias atávicas que
los arrojan a actuar en contra de su esencia y corazón y que los llevan a estos
estados límite que no les sirven ni a ellos, ni a la sociedad.
Los
hombres ya se han probado una y mil veces que son unos más fuertes que otros,
que tienen más o menos capacidades, solvencia o poder, esto evidencia su
interés por los desafíos. Pues bien, aquí tienen uno y muy importante por
demostrarse unos a otros, a su familia, amigos y a la sociedad: que pueden ser
capaces de rediseñar y explorar sus corazones, de ser lo suficientemente
fuertes para mostrarse débiles, que tienen la libertad y la apertura para pedir
a un amigo que los escuche, o escuchar los problemas de los demás, tener
empatía y ayudarlos. Que tienen la delicadeza de escuchar a las mujeres, pareja,
amigas o hijas, en quienes pueden confiar y defender si fuera necesario,
evadiendo y rechazando tajantemente temas relacionados a la discriminación de
la mujer de todo tipo, dejar de consumir y compartir pornografía, videos o
fotos en sus grupos de WhatsApp o redes, dejar de hablar de sus aventuras en
sus grupos de amigos, rechazando todo tipo de cosificación a la mujer, honrándolas
y sintiéndose orgulloso de ellas, siendo voceros de todas aquellas que callan,
que no pueden denunciar o gritar por miedo, que están sufriendo algún tipo de
maltrato o violencia por parte de un amigo o conocido y transmitir todo esto a
las nuevas generaciones. Todo esto sin mencionar los derechos en el área
laboral o en las tareas del hogar, en donde también puede ser agente
movilizador de conciencia.
La
invitación esta hecha; habilitemos la posibilidad de equilibrar los aspectos
femeninos y masculinos, que serían el equivalente a equilibrar; la mente y el
corazón, la razón y la emoción a nuestros familiares y amigos, en nuestros
hijos varones. En vez de criar niños fuertes, identificados con héroes o
villanos o con padres que no escuchan, despojados de sensibilidad y empatía,
que “garrotean” o gritan en vez de hablar o entender, busquemos criar seres
humanos capaces de caminar juntos, sin sentirse divididos, juzgados, ni acomplejados
por mostrar sus emociones sinceras. Es probable que todo hombre necesite de una
autorización social para sentirse libre de expresar sus verdaderos sentimientos
(como lo tenemos naturalmente las mujeres) y quienes los acompañamos en esta
difícil pero importante transición, tenemos que apoyarlos e impulsarlos. Es
momento que los hombres puedan reinterpretar de una forma actualizada, que la
verdadera valentía no pasa por la fuerza, el orgullo o el poderío, sino por la
capacidad que tenemos de mostrar nuestro verdadero corazón.
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