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Amistades enfermizas



La influencia de las amistades en la identidad

En la amistad así como en toda relación sentimental, el fenómeno de la ambivalencia afectiva (relaciones de amor-odio) son comunes, pero cuando esto se convierte en algo normal, la patología esta entronada. Todos tenemos algún amigo/a con quien nos peleamos más a menudo, discutimos por celos, envidia, comparaciones y representa todo aquello que nos molesta, pero pese a todo este malestar, no dejamos de cultivar esa amistad. Esto no significa que lo odiemos permanentemente, porque también lo apreciamos y necesitamos. Pero cuando la contradicción emocional es una constante, las personas que se relacionan de forma enfermiza con los demás, quieren y odian simultáneamente. Claro que así como el amor, el odio es una forma de relacionarse, porque para realmente olvidar una relación caótica o alejarnos de una persona, es mucho mejor la indiferencia, en estos casos patológicos, el odio aun sigue teniendo ese plus de goce que invita a no dejar de tener en cuenta a esa persona. Siempre los tenemos que adular para hacerles sentir bien, porque se enojan por cualquier motivo; si les llamamos o no, si fuimos a algún lugar sin avisarles, si empezamos alguna actividad sin consultarles, si no les comentamos que estamos mal con la pareja o familia, si nos compramos algo, en fin, ellos necesitan de toda la información de nuestras vidas para poder sentirse reconocidos y también tener un poder sobre lo que saben de nosotros, así siempre tienen alguna crítica (destructiva) con las que hacernos vacilar en nuestras decisiones o momentos de felicidad.

A estas personas las podríamos denominar “amistades enfermizas” que son una especie de amistad considerada una mala influencia, como se suele decir en las amistades o grupos adolescentes a la famosa “mala junta” que tantas preocupaciones inspira a los padres. En las amistades enfermizas, nos damos cuenta que para dejarse influenciar por alguien no existe edad, porque si una persona llega a identificarse con otra a tal punto de perder su identidad, es porque ésta, no la tenía instalada y ésto no pertenece solamente a la confusión adolescente, ya que si nos ponemos a pensar, todos tenemos alguna que otra amistad que nos produce malestar o con la cual nos identificamos a tal punto de perder la noción de nuestro nombre, ya sea por miedo a perder el afecto o la tregua que tenemos con ellos.

Para reconocer a las personas que pueden llegar a ser una mala influencia en nuestra vida, tenemos que tener en cuenta ciertas características que las evidencian, por ejemplo; suelen tener argumentos convincentes para lo que hacen o dicen, así su discurso puede ser encantador y elocuente. Por lo general, les cuesta ver felices a los demás, sienten que eso es injusto y argumentan el el éxito ajeno a malversaciones, corrupción o engaños y no al logro o esfuerzo real o evidente, contaminando la opinión de los demás. Sin embargo, estas personas tienen pocos logros, probablemente sus familias pueden estar en conflicto permanente, duran poco en sus trabajos y saben dar la excusa perfecta para justificar sus fracasos. Siempre nos hacen sentir culpables por nuestros logros, o subestiman toda actividad en la que hayamos sobresalido.

Si ya hemos identificado a la amistad que tiende a encajar con estas cualidades (o con quienes nosotros nos relacionamos así) sería interesante tener en cuenta que compartir o mantener cerca a personas que muestran la tendencia a expresar conductas de envidia, celos, resentimiento, conflictividad, nos vuelve vulnerables a esas manifestaciones y nos incita a tener esa "onda" de critica expansiva. Y aunque tengamos plena conciencia de esto y hayamos aceptado a esas personas con esos “defectos” y consideremos que nuestra identidad está anclada en un tipo de pensamiento o fundamento inalterable, inevitablemente el ambiente genera ciertas influencias, directa o indirectamente. Pero más allá de las influencias inconscientes, los daños visibles se pueden dar en varios contextos de la vida. Reconocer que una persona es mala influencia es necesario para alejarnos de su pulsión destructora disfrazada de lealtad. Por ejemplo, por nombrar cotidianeidades; una persona que nos induce a comer y beber en exceso o que nos incita al uso de drogas, alcohol, o nos distrae para que dejemos de hacer ejercicio, descansar, estudiar, trabajar o cultivar el espíritu, es una toxina para la identidad. Además de la salud o el estilo de vida, existen personas que tienden a destruir todas las relaciones valiosas y significativas para ser el centro de atención. Esto se da cuando constantemente nos hablan mal de otros amigos o familiares o son paranoicos. Cuando nos instan a maltratar a la pareja con indiferencia o agresividad, y nos manipulan para que rompamos ciertas relaciones, ya sean de amistad o más allá, laborales, destruyendo nuestro rendimiento. Por ejemplo, cuando un grupo de amigos promueven el ocio, la irresponsabilidad, la haraganería o la pérdida de tiempo.

Si observamos a un adolescente inaugurando una amistad que lo seduce e impresiona, en poco tiempo veremos que su forma de hablar, vestir, caminar y hasta gesticular se mimetizan con esa persona a quien idolatra. Este efecto alienante, surge por la adaptabilidad del organismo, el cual se ajusta al entorno, para evitar discordancias y sufrimientos, para sentirse aceptado y reconocido, no importa si rompe con sus códigos de valores o principios. Esta misma alienación se da a cualquier edad si lo que realmente buscamos es llenar el vacío de saber quiénes somos y cuánto nos quieren o aceptan los demás. Esto también tendrá que ver no solamente con la edad o madurez de la persona, sino de la dinámica familiar en la se haya criado. Si hemos convivido con una madre a quien justificar todos sus fracasos para que no se sienta mal o debíamos coincidir con sus críticas hacia los demás para que ella siempre sea “la mejor”, lo más probable es que adoptemos una amistad a la cual hacerle sentir de la misma manera, buscando así el reconocimiento materno eternamente, sin libertad. Este aspecto inconsciente determina y sirve de anclaje en las amistades problemáticas porque nos son muy “familiares”, es decir es un lugar “cómodo” donde vincularse (a pesar del malestar evidente) porque es una costumbre de relacionamiento, aunque por supuesto, desgastante e inconsciente.

Así, podemos tener en cuenta de la forma en que influenciamos como familia en la elección de las amistades futuras de nuestros hijos. La forma en la que nos relacionamos con ellos y con la pareja, también van a determinar un estilo de vínculo ya sea patológico o normal con otras personas quienes también traen sus bagajes familiares y vinculares. En este sentido, varios estudios demuestran que los adolescentes tienden a repetir las conductas que han visto en su familia y que el grupo de amigos no tiene mayor implicancia en sus decisiones o formas de actuar. Algunos adolescentes no hacen ciertas cosas solamente porque no les gusta a sus padres. Si bien es cierto que es una edad en donde ellos buscan probar y probarse en nuevas experiencias, muchos estudios demuestran que suelen adoptar las actitudes más parecidas a las de sus padres. Si bien esta conclusión no calma la preocupación de los padres sobre “la mala junta” una buena manera de saber en que anda nuestro hijo es buscar ocasiones donde conocer a su grupo de amigos, reunirlos en la casa ofreciéndoles espacios donde puedan estar escuchar música o estar solos. Si nuestro hijo adolescente está bien en su familia y se siente cómodo, no va a rechazar la invitación. No hay que demostrar una actitud de vigilancia, pero sí de importancia. Y si no nos gustan sus amigos, no debemos juzgarlos por su apariencia o forma de hablar, y lo mejor es no decírselo a nuestros hijos porque cuanto menos nos gusten a nosotros, más les gustaran a ellos.

Una estrategia para hacerles pensar si conviene que se junten con un grupo o no es reflexionando con ellos, si han bajado las notas del colegio, si han enriquecido su vocabulario de malas palabras o si han cambiado drásticamente su forma de vestir o hablar y propiciar encuentros con grupos más sanos o deportivos, menos conflictivos. En este sentido, nuestra propia influencia va a determinar la elección de sus amigos, si somos padres conflictivos y neuróticos, depresivos y criticones, obviamente nuestros hijos van a tener más afinidad con ese tipo de personas. Así que no olvidemos que si la carga moral y emocional tiene una cierta tonalidad en casa, esa misma se verá reflejada en sus amistades.

Lic. Gabriela Casco Bachem
Psicóloga

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