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Lo perfecto de ser imperfecto


El síndrome del omnipotente


“No conozco la clave del éxito, pero sé que la clave del fracaso es tratar de complacer a todo el mundo” Woody Allen

Si hay algo que hoy día la humanidad valora y ambiciona es el poder. Poder social, político, económico, religioso y se la busca a costa de cualquier precio; degradaciones a la dignidad, a la ecología, indiferencia social y hacia la naturaleza, entre otros. Quizás sea porque como nunca antes, asistimos a la experiencia de vivir en un contexto que nos exige ser poderosos, ya que, si no controlamos, nos controlan. Tener la sensación de poder es tener el control sobre algo, y esa sensación narcótica de sentirnos todopoderosos es una fantasía propia de la híper modernidad, generada a partir de la libertad que nos produce estar conectados en redes, trabajar y comunicarnos en tiempo real, ya que esto nos posibilitó independizarnos de los límites geográficos y temporales que antes nos detenían y así vivimos conectados con el mundo y nos sentimos omnipresentes. Este endiosamiento a la tecnología nos arrodilló ante el altar de la personalidad multifacética y dinámica, adorando becerros que aparentan perfectos y exitosos y marginando a quienes no se ajustan al sistema. Las multitareas y trabajos a distancias eran cualidades impensadas para generaciones pasadas, que sabían esperar una carta, un llamado, un viaje y soportar los límites propios de la realidad, esas pequeñas frustraciones y esperas de las que hoy día, dispensamos y que por supuesto, también modifican la personalidad y las formas que tenemos de frustrarnos. Pero la paradoja es que hoy día, cuantas más facilidades tenemos, menos frustraciones soportamos, y basta con que caiga la red de Wifi para que se desate una catástrofe universal. Es así que la omnipotencia pende del hilo de las vulnerabilidades humanas y de la instancia de lo real, de aquello que no podemos controlar, como el destino y las circunstancias fortuitas que están fuera de nuestras manos. Quizás el precio de ser este superhombre son las secuelas que dejan en el ser humano (animal y emocional) como los trastornos de ansiedad, pánico y depresión que padecen aquellos que no pueden alcanzar las expectativas que se imponen y que a la vez, tienen un nivel de frustración escaso o nulo. La búsqueda de la perfección, eficiencia y control en todo, es un imposible, y como tal, un pensamiento neurótico, obsesivo. No se puede hacer todo, mucho menos hacerlo todo bien. Quizás las únicas tareas pendientes de este tipo de personalidad omnipotente sean; aprender a delegar y a sortear las frustraciones, aceptarse cual son y sobre todo, encontrar el verdadero motivo de la búsqueda incansable de esta perfección, la cual quizás sea el amor o reconocimiento que no tuvieron en su momento. Analizamos las características de esta personalidad, los motivos por los que se sobre exige demasiado, para saber si necesitamos reajustar las prioridades y reconocer dónde se encuentra el verdadero poder, en la búsqueda de la perfección exterior o interior.

Cuando decimos que en la vida no se puede todo y que nadie es perfecto, esto incluye a todas las personas, no solamente a los simples mortales vulnerables que somos la gran mayoría. El claro ejemplo es que ¡Ni siquiera el Papa Francisco lo pudo todo! Lo que ocurrió al final de su recorrido por nuestro país, en esa despedida agridulce, fue una lección de vida; ni siquiera el representante de Dios mismo en la tierra pudo quedar bien con todos. Ni siquiera la logística Suiza fue infraestructura imbatible para ser perfectos. Ni siquiera teniendo las mejores intenciones, pudieron escapar de los infortunios ni de las vicisitudes externas que nos recuerdan cuan frágiles somos y lo lejos que estamos de ser ese ser humano perfecto y libre de criticas o vacilaciones que pretendemos sostener. NADIE queda exento al malestar y a las críticas, ni siquiera la persona más buena del mundo. Pero, a pesar de los ejemplos y las evidencias, muchas personas siguen creyendo (neuróticamente) que lo puede todo o por lo menos que tienen que poderlo. El neurótico cree que puede tenerlo todo y que se merece todo y que puede quedar bien con todos y además hacer lo que él quiere, sin pagar las consecuencias. Este pensamiento omnipotente tiene un origen infantil, una incapacidad de soportar las frustraciones y la idea de que se es todavía ese ser todo perfecto y justificable que fuimos en algún momento para nuestra madre. Pero, en ese inalcanzable se originan muchos síntomas de los cuales padecen algunas personas que acarrean consigo “este síndrome del omnipotente” que son; el deseo de perfección, como en el trastorno obsesivo compulsivo, trastornos alimenticios, síndrome de burnout o estrés laboral, complejos personales que lo dejan en estado de pánico, entre otros.

Es notable el aumento que tuvieron las consultas por depresión y ansiedad en nuestro país, el año pasado consultaron 72.000 personas en total en psiquiatría y psicología. Los cuadros de ansiedad se producen por estrés laboral, problemas personales, situaciones de violencia y presiones de todo tipo, donde la persona se encuentra sobrepasada. El aumento de casos de ansiedad en nuestro país y el mundo se deben a estas fantasías de omnipotencia, ya que las personas experimentan demasiada presión y la tensión termina por desatar algún trastorno o ataque de pánico y en los meses primaverales donde las personas que no soportan no cumplir con las expectativas y estándares de belleza, también se sienten presionadas, deprimidas y subvaloradas. Y todo esto ¿a precio de qué y para quién? Para llenar las expectativas de ese ideal del Yo que nos exige la perfección que considera socialmente aceptable, en fin, para sentirse amados.

Reconocer que queremos poder y mas poder (nunca menos) no es fácil, porque se supone que el poder esta asociado a las personas que necesitan someter a los demás para lograr sus objetivos, controlar y subordinar, ser egoístas y competitivos. Pero, aunque no lo podamos detectar a simple vista, podemos identificarlo en las actitudes que tenemos y esto es interesante registrar para ver si necesitamos poder o control sobre las cosas de forma racional o como argumento de vida. Pensamos que la forma de salir adelante es ser eficiente y perfecto en todo. Pero, salir adelante no es lo mismo que nunca pedir ayuda, no es lo mismo que no permitirse fracasar, ya sea en el estudio o en el trabajo, en la pareja o en la familia y quizás, por un consenso social o condiciones socioculturales, esta generación considera que es una vergüenza cualquier tropiezo en la vida y así, prefieren aparentar ser antes que ser auténticos, no sin sus consecuencias psíquicas y emocionales. Lo que no saben es que la única forma de salir adelante solos es cuando dejen de estarlo, ya que mi yo especular, las falencias que tengo, no las puedo ver si no me vinculo con el otro y si no se pedir ayuda. La arrogancia de quien se considera todopoderoso, inmancillable y perfecto, termina carcomiendo emocionalmente hasta formar un escudo con el que solamente se esconde una verdad, la necesidad de amor.

Mientras estemos sedientos de amor y reconocimiento, siempre caeremos en el error de juicio de creer que necesitamos poder y control para que los demás nos respeten y admiren. Mientras sea difícil aceptar que en la vida no se puede todo y que no podremos escapar de que alguien nos critique o que alguien nos aborrezca, y que no podemos caerle bien a todo el mundo, nunca será suficiente el esfuerzo y empeño que le pongamos a algo, siempre habrá algo del orden de lo real, algo del orden de lo azaroso, de lo inconsciente que nos terminará evidenciando como seres errantes y humanos, imperfectos y fallidos y que no vamos a poder controlarlo todo, ni siquiera (o mucho menos) a nosotros mismos si no nos dedicamos a conocer y cultivar nuestro Yo interior, el espíritu.

Por otro lado, entender que no hay posibilidad de escapar de la realidad que sentencia que; “para ganar algo siempre hay que perder algo” y que esa es una ley de vida tan simple como dolorosa, pero que si sabemos aceptarla vamos a saber elegir aquellas cosas realmente importantes, que ameritan perder otras para ganarlas; elegir la familia por sobre la superficialidad, el amor por sobre el orgullo. Quizás solo así podamos llegar a entender aquella enseñanza de Jesús, cuando dio su otra mejilla, demostrando que la verdadera omnipotencia, es la paz con uno mismo, porque, ¿Qué se puede hacer ante semejante acto de humildad? Absolutamente nada, ante el amor, estamos desprovistos de armas.

Lic. Gabriela Casco Bachem
Psicóloga
gabrielacascob@hotmail.com


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