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Con amor, imposible malcriar


“Es más fácil quejarse que aguantar, amenazar al niño que persuadirlo”. San Juan Bosco 

Es natural que toda madre se pronuncie orgullosa, feliz y maravillada con la llegada de su hijo. “Que es la experiencia más trascendental que se pueda vivir, que nunca sintió tanto amor y que esta perdidamente enamorada de su hijo/a”, etc. Pero pasan pocas semanas para que surja una desesperación porque más temprano que tarde, ya se echaron por tierra todas las idealizaciones sobre ese bebé “obediente” y el estilo de crianza que se iba a aplicar, no funciona. Entonces, aparecen las quejas, argumentando que “es muy demandante” y que a pesar de “darle todo”, el pequeño, no para de reclamar, llorar y necesitar. Pero, ¿Quién dijo lo que significa “demandante” cuando de bebes se trata? Desde el entendimiento adulto, es prácticamente imposible saber cuándo un bebé pide “demasiada leche” o “demasiados abrazos” porque lo que está pidiendo son sus nutrientes básicos para sobrevivir, alimento y amor. Segun Laura Gutman, psicoanalista argentina especializada en maternidad; “Ningún mamífero (excepto el humano) desatiende el llamado de su cría” ademas por argumentos tan escuetos; “se pueden malcriar o mal acostumbrar” y esto quizás se deba al razonamiento, es decir a la interpretacion personal y de conveniencia que le damos al pedido del bebe, porque detrás de esos argumentos, existen más beneficios propios que altruistas hacia el niño e inventamos estilos de crianza que nada tienen que ver con la verdad del bebé o niños pequeños. Analizamos los criterios con los cuales hemos sido criados y proponemos rescatar la intuición y la entrega de amor sin miedos ni tabúes, para una crianza feliz. 

Cuando la maternidad explaya su realidad mas cruda sentimos como si parte de nuestro ser fuera aniquilado, como expropiadas de nuestra identidad y esta es una sensación amenazadora en cualquier contexto. Se experimenta una necesidad de luchar por hacer valer nuestros deseos por encima de los del niño y en esta sensación de ser absorbidas por completo por el pequeño, muchas madres, al no poder poner en palabras estas emociones dolorosas con respecto al bebe, utilizan como alianzas las opiniones y sugerencias sobre la crianza en opiniones externas consensuadas, para sentir apoyo y contención en el hecho de renunciar un poco a las demandas del niño para resguardarse y salvar lo que resta de su individualidad. 

En la desesperación de no saber como actuar, se adoptan consejos tales como; “Que duerman solos” “que lloren para que se fortalezcan sus pulmones” “que tengan horarios para alimentarse y dormir” “que se quede en la Nursery o con la niñera” “es demasiado vivo, está llorando para manipular” “no lo lleves a tu cama” “te esta usando como chupete”, son algunas de las tantas frases célebres que escuchamos, no en el servicio militar precisamente, sino durante la crianza de un bebé que solo pide lo que necesita, alimento físico y emocional para sobrevivir. 

Pero con estos consejos bélicos, donde en vez de descifrar los pedidos del bebé, los interpretamos arbitrariamente y en función a nuestra comodidad y conveniencia horaria, solo un resultado es posible, la guerra entre madre e hijo. Muchas madres de bebés y niños pequeños están armadas hasta los dientes con justificativos, recetas y rutinas avaladas por “la ciencia” (médicos, psicólogos) para evitar desesperadamente que ese bebé se “malcríe” pero en realidad es para evitar que tome el control de nuestras vidas. Para empezar, la guerra se desata con una enorme desproporción de poderes, porque el adulto siempre gana por tener la independencia y el lenguaje, pero es una victoria pírrica, porque tarde o temprano, la naturaleza se encarga de hacer que el bebé, ese Ser todavía prematuro para sobrevivir en el mundo, consiga lo que necesita. 

Es así que cuando el niño siente que los adultos han hecho caso omiso de sus reclamos, busca formas más inteligentes y sofisticadas para llamar la atención, entonces, se enferma. Según Laura Gutman; "Cuando calienta su cabecita, cuando tiene alergias, cuando no quiere comer o vomita, cuando no puede dormir, él entiende que es cuando más predispuesta encuentra a mamá porque rápidamente lo sostiene “upa” varias horas en la sala de espera de algún pediatra o duerme más horas con él y lo atiende, lo sostiene y lo escucha". Cualquiera diría que el niño ganó, pero en detrimento de su salud, no existen ganancias. Además cuando se cura, la mamá vuelve rápidamente a su rutina en busca de libertad y el niño vuelve a quedar desamparado o atendido “a medias” y por supuesto, por lo general, vuelve a enfermar. 

Actualmente hasta parecería que es normal “vivir” en el pediatra, quien es santo de devoción de muchas madres, porque “tiene la respuesta” sobre la verdad de su hijo. Si bien es cierto que probablemente hayan más virus y enfermedades deambulando por el mundo, casualmente, es cierto también que hay más individualismo, más horas fuera de casa y necesidad de hacer que el niño sea independiente lo más rápido posible, lo que representa una desconsideración total y desconexión del ritmo y cadencia del crecimiento físico, emocional e intelectual del niño. Los sobre estimulamos con “estimulación temprana” desde la vida intrauterina, pero luego no soportamos que sean tan vivaces. 

La regla con los bebés y niños pequeños con respecto a los deseos personales, es siempre indirectamente proporcional a lo que queremos. Justo cuando íbamos a llamar a esa amiga con quien queremos hablar, cuando nos queremos dar una ducha, cuando queremos acompañar a la pareja o queremos comer algo, el llanto irrumpirá y sabremos que ese pequeño ser es un “otro” siempre deseante que día a día se hace un lugar más invasivo en nuestro campo existencial y con respecto a esta sensación, solo existen dos posibilidades: sentir molestia o entregarse a una sola realidad; la verdad del bebé, la cual es que sus deseos son impostergables y siempre van a estar por encima del adulto, hasta su independencia. 

Para comprender un poco esto, necesitamos ponernos en su lugar y saber algo de su verdad de su experiencia. Nunca entenderemos que para ellos, ningún hambre conocido por nosotros es parecido al hambre de supervivencia. Ningún temor es tan grande como la soledad de la noche en una cuna fría, sin olores ni movimiento. Ninguna soledad es tan desgarradora cuando el niño necesita abrazos y calor humano, olor a leche y ritmo cardiaco y no los obtiene por más que llore desconsolado. Esa es la verdad. Pero, ¿Cómo salimos de las creencias arraigadas e intimidatorias que tenemos todos de malcriar, de dar amor libremente sin miedos a que este amor sea tóxico para los niños? Pues no de una forma muy agradable. Ahondando en nuestras propias vivencias infantiles. 

Somos hijos de generaciones de madres del 50, 60 y 70 quienes fueron educadas de forma que el bebé era un ser sin derechos, el amamantamiento era desaconsejado, donde la liberación femenina y la novedad de las leches de formula las salvaban del encierro en el hogar. La industria láctea iniciaba su empoderamiento por sobre la maternidad. Ellas son nuestras consejeras. Quizás, muchos hemos sido criados al estilo militar sufriendo de dolorosos desamparos y desatenciones y con esa misma experiencia criaremos a nuestros hijos si no ponemos autonomía en lo que “sospechamos” que sería mucho más natural y lógico, como atender al llamado del bebé todo el tiempo, alzarlo muchas horas, dormir con ellos si es posible, darle pecho a demanda, hablarles como adultos sin subestimar su comprensión, contenerlos física y emocionalmente siempre que reclame cariño y esperar que ellos despeguen y no soltarlo a las profundidades del mar sin que sepan nadar. 

En síntesis, es necesario darles confianza y credibilidad en los adultos, hacerles sentir que los escuchamos y entendemos, porque si buscamos “independencia” con indiferencia, creyendo que con eso será más obediente o seguro, dejándolo solo, llorando, sólo conseguiremos arrojarlo a la resignación de callar su llanto, pero la necesidad y lo que pide originalmente, no desaparecerán, sino que siempre encontrará una forma de ser escuchado; enfermando u orinando en su cama, cerrando la boca, u otros síntomas porque así podrá obtener más tiempo y atención de mamá. 

Ahora bien, si una madre proviene de vivencias infantiles amorosas y amparadas de una madre que pudo conectarse con su idioma y escuchó sus reclamos sin espera, la vivencia con su hijo será también amorosa y de cuidados a demanda sin ningún temor de malcriar al bebé ni de perder su identidad ni libertad. Los deseos no serán contrapuestos ni amenazadores y habrá lugar para ese pequeño “otro” que tiene que nacer además de físicamente, en la cadena social, simbólica del lenguaje y la escucha respetuosa de lo que desea y esto se gesta en por lo menos dos años. Malcriar significa no criar, no significa dar amor. Un bebé sano, es demandante porque quiere sobrevivir, un niño pequeño que clama a su mamá, es un niño que busca conectarse y relacionarse con los demás, no es un malcriado. Estamos a tiempo de indagar en nuestra biografía de crianza y de dar amor sin ningún límite porque de ese alimento dependen todos los demás.
Lic. Gabriela Casco Bachem
Psicóloga

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