La Navidad en nuestra cultura ha tenido tanto éxito a lo largo de todos los tiempos que de todas las noches del año, es hasta hoy día, la de mayor capacidad de convocatoria familiar y que junto con la noche de año nuevo, ejercen un cambio surrealista sobre las personas, avivando emociones, que dormidas durante el año, despiertan intensificadas por rituales sacros y mundanos. La calidad de esta “cosecha emocional” dependerá de la actitud sembrada durante el año que culmina, entre tristezas y alegrías, el protagonismo de la noche, se dará entre el encuentro con los seres queridos y la revisión de las emociones internas.
Creyentes o no, pero nunca indiferentes a estos
días festivos mas importantes de la cultura occidental y cristiana, las
personas encuentran en la tradición navideña; la reunión, la comunión simbólica
alrededor de las comidas, el dar y recibir en los regalos y la reflexión, pero
esto no siempre se da sobre esta dirección, a veces se producen excesos, gastos
innecesarios y cambios de animo inesperados.
Los grandes cambios de la globalización han
transformado sutilmente las tradiciones, donde la subjetividad cultural se
organiza en función de la estructura ética, social y consumista de una
sociedad. La sociabilidad depende del mercado, a razón de la velocidad de los
cambios económicos, tecnológicos y de valores. Hoy día existe una creencia
errónea de que todo padecimiento doloroso o de angustia se soluciona comprando
objetos o con la diversión extrema.
Las personas acostumbradas a “acallar” su padecer
a través de la adicción hedonista y acumulativa, aparecen con cierto furor en
las épocas festivas de fin de año, justificativos perfectos para entrar en
estados “bipolares” pasajeros, que aparentemente pasan desapercibidos entre el
frenesí colectivo de euforia y melancolía. La Navidad autoriza por una noche,
llenar metafóricamente con presentes ese vacío afectivo y de reconocimiento
carente en la familia, que por la rutina o la distancia, no se lograron colmar
durante el año.
Entiéndase que la enfermedad bipolar, es un
trastorno del ánimo, que cuenta con periodos de depresión repetitivos (fases
depresivas) que se alternan con temporadas de gran euforia (fases maniacas). Su
causa es un desequilibrio químico a nivel cerebral según la neurología. El
estado anímico de estos días, dista del factor físico y tiene que ver con el ambiente
que crea un estado propicio para avivar las emociones, algunas personas pasan
de alegrías y nostalgias de un momento a otro y causan estados alterados del
animo, a veces surgen peleas y discusiones inentendibles, o se crean
situaciones de reconciliaciones impensadas, luego de vuelta a la realidad, se
restituyen las emociones que a veces ante el caos de los excesos, crean
angustias o culpas.
La euforia de estas fechas, tiene también esta
particular capacidad de hacer olvidar esos pequeños, pero representativos
problemas económicos con tal de maquillar por unas horas esa noche, lo externo
brilla, deslumbra y devuelve a una añoranza pueril que complace lo interno, se
ilumina intermitentemente un mundo que ha quedado un tanto oscuro por los
problemas y las cuestiones críticas existenciales e inherentes al ser humano.
El dar todo por unas horas, aparentemente restituye el “niño interior” que
busca en la sorpresa, esa felicidad perdida, a la que nunca se podrá volver a
acceder desde la inocencia. Los niños y no tan niños, que ya no creen en Papá
Noel, adolescentes y adultos, se suman al juego de “acumular”. Gastar de mas,
regalar, preparar grandes banquetes y festejos ostentosos, son costumbres muy
arraigadas a la cultura occidental que incongruentemente representan el humilde
advenimiento de Jesús, aquel niño que nació en un establo, aludiendo en la
sencillez, su riqueza espiritual, la que no tiene precio y la que todos anhelan
encontrar.
Varios pueden ser los posibles factores que hacen
que algunas personas sean más vulnerables que otras al “hechizo imperativo” de
emocionarse o “descontrolarse” en estas fechas. Por citar algunos
determinantes; la fe o el agnosticismo, la edad, los valores, la cultura, la
tradición familiar, así como la pérdida o llegada de un integrante de la
familia. Sea el factor que fuere, la Navidad sigue teniendo este poder
misterioso de exponer el rostro original de las personas.
Esta mezcla de estados de ánimo que envuelve el
ambiente en estos días, estimula la sed de valores como; la paz, la
solidaridad, el amor, la esperanza y la fe, que satisfacen lo más íntimo del
ser humano, su espíritu. Aunque se la critique como la “fiesta del consumismo”,
sea uno creyente o no, sigue vigente la nostalgia de un mundo en el que reine
la paz y la justicia. A pesar de todo, y de los pros y los contras que se
encuentren sobre esta conmemoración, la nostalgia de la inocencia perdura en el
corazón del ser humano, es una noche donde existe una excelente oportunidad
para recobrar la bondad, el amor y la magia.
La Navidad es una excelente oportunidad de
ponerse en contacto con lo mejor de uno mismo con aquello que en la premura
diaria del mundo agitado se pasa por alto. Lo mejor del ser humano es el deseo
de dar y compartir. Al elegir los regalos, al escribir saludos en las tarjetas
navideñas, se piensa en el otro a quien se quiere dar un gusto. Este dar y
recibir aceptar y pedir tiene el valor emocional de cargar con energía positiva
y hacer andar un circuito de interacciones revitalizantes que estimulan la
expresión de emociones de autentica aceptación y alegría que tan bien le hacen
al cuerpo y espíritu y es gratificante para el que recibe y para el que entrega
ya sean; buenas intenciones, regalos y/o felicitaciones. El ser humano codifica
que los objetos hacen la felicidad desde temprana edad, al recibir sin
cuestionamientos lo que se desea, a como de lugar, como demostración de amor.
La creación de seres egocéntricos y materialistas no tarda en aparecer cuando
la esclavitud del “tener para ser” y del “dar para ser querido” deja de lado la
capacidad de practicar el ser feliz desde el interior.
Cuando se reduce el espíritu Navideño al
consumismo sin sentido, la muerte súbita de la solidaridad da cabida a nuevos
modos involutivos de vincularse con el otro, a partir de cambios de valores
como; el egoísmo como valor personal y la sencillez por la pretensión. La
destrucción y manipulación de ideologías (se mata en nombre de Dios) y la
demolición de los pilares estructurales del ser humano (la familia y los valores)
son empeñados por la falsa promesa de felicidad a través del individualismo, el
consumismo extremo y la acumulación de cosas. Un estudio del Centro de
Investigación “New Economics Foundation”, en el Reino Unido, reveló que los
habitantes de una isla y de otros países pobres del Caribe, están primeros en
el ranking de las naciones más felices del planeta. Uno de los autores del
estudio concluye: el buen vivir no está asociado con los altos niveles de
consumo; por eso Colombia, Costa Rica, Panamá, Cuba, Honduras; Guatemala, El
Salvador, y tres islas del Caribe, aparecen en los primeros puestos de países
mas felices.
Las costumbres consumistas y de marketing de fin
de año han trascendido el aspecto religioso de la Navidad. En Estados Unidos se
compran hasta 22 regalos por hogar y en España no pasan de 10 frente a 12 de
media en Europa: ocho para adultos y dos para los niños. Muchas familias tienen
en cuenta la crisis económica, pero la venta de los juguetes en estas fechas,
no disminuirá porque los niños los tienen garantizados. Si bien es cierto que
las costumbres son parámetros de conducta estereotipados y considerados como
“normales” a partir de los cuales la adaptación social es posible, son también
materia prima a ser rediseñados y reinventados según los ideales y fundamentos
enriquecedores para cada familia y por ende sociedad, descartando los
sinsentidos de la acumulación de cosas “porque si”.
Quizás la destrucción de algunas creencias
actuales, sea la solución que permita el despertar de una nueva conciencia
colectiva. La ley del desapego de Deepak Chopra indica que; “El apego, se basa
en el temor y en la inseguridad y la necesidad de sentir seguridad emana del
desconocimiento del verdadero yo”. También dice que; “Para adquirir cualquier
cosa en el universo físico, debemos renunciar a nuestro apego a ella. Esto no
significa que renunciemos a la intención de cumplir nuestro deseo. No
renunciamos a la intención ni al deseo; renunciamos al interés por el
resultado, porque el desapego se basa en la confianza incuestionable en el
poder del verdadero yo”. La toma de conciencia es valida desde todo punto de
vista que aporte iluminación y sabiduría, desde la óptica del budismo el
propósito del ser humano es; “El cese de todos los sentimientos de insatisfacción
que son causados por el anhelo y el aferramiento. Estos son productos de
ilusiones e ignorancia que hacen que percibamos erróneamente la vida y nuestra
propia existencia. Cuando una persona logra erradicar estos sentimientos es que
alcanza el Nirvana, un estado de percepción intuitiva profunda”.
El desapego no significa desafección por las
cosas, ni vivir en la indigencia, sino que indica que el aferrarse a las cosas
es la fuente del sufrimiento que intensifica el dolor y temor por las pérdidas.
El apego no solo es a lo material, sino también a ideas, pensamientos y
emociones que estructuran la vida de muchas personas, como los prejuicios. El
conocimiento interior es fuente de seguridad, base de todo deseo y aspiración
donde las influencias del ambiente pueden disfrutarse sin representar un
mandato angustiante o exigencia a cumplir a cabalidad porque lo dicen o hacen
los demás.
Muchas familias en la actualidad son impulsadas a
desafiar los sistemas sociales que imponen modelos de convivencia disfuncionales,
dispuestas a recuperar la libertad, desarrollan estilos de vida distintos a los
impuestos por la sociedad de consumo. Si bien es cierto que ser creativo al
momento de elegir como pasar la nochebuena, involucra un esfuerzo, porque en
cierta medida es como “ir contra la corriente”, bien vale la pena intentar
traer significado conciente y simbólico al sentido del festejo del nacimiento
de un niño que trasformó el espíritu humano, sus intereses y prioridades, en
afectos que tienen que ver con la solidaridad, la generosidad y la sencillez.
Llenar ese día de recuerdos significativos,
potenciados con una dosis de autovaloración familiar, es como saciar el
desierto de emociones y autoestima con un torrente de energías positivas y
representativas, llenas de palabras que consuelen vacíos existenciales que en
estas fechas para muchas personas, cobran notoriedad, las cuales no se pueden
llenar con regalos ni comida. Muchas familias optan por donar sus regalos o
dinero a los más necesitados, otras intercambian historias o notas llenas de
recuerdos personales y familiares que fortalecen la identidad y llenan de
presencia a los que ya no están o se agradece por la salud y el trabajo. De
acuerdo a las creencias de cada núcleo familiar, la Navidad puede ser la noche
más buena del año, en todo sentido, ya que también es un importante
justificativo para dejar de lado rencores y regalar perdón.
Dar y recibir son opuestos que conforman una
misma unidad, porque en el dar está incluido el recibir, son las dos caras de
una misma moneda. Muchas personas solo saben dar y no saben recibir, ya sea
afecto, elogios o beneficios materiales o espirituales. Tanto dar como recibir
son ejercicios que practicar porque la vida está compuesta de reconocimientos,
la necesidad de aprobación y demostración positiva del esfuerzo. Tener vigente
en Navidad a aquel que lo dio todo por la humanidad, es reflexionar sobre la
capacidad de dar de uno mismo a los demás. Que en esta Navidad, los regalos y
la abundancia también estén llenos de significado es una forma de enriquecer el
cuerpo y el espíritu. De nada valen los presentes vacíos, si el futuro no está
lleno de esperanza. Si en Navidad se celebra un acontecimiento real o no, poco
o nada importa y esto depende de las creencias religiosas o culturales que se
practiquen, ya que lo que conmueve a todas las personas que se reúnen esa noche
a esperar la media noche, es el valor simbólico de la promesa de esperanza que
significa el “nacimiento de un niño”, de todos los niños. Jesús en particular,
que en la extrema pobreza y luego venciendo todas las adversidades, tuvo el
deseo y la fuerza de querer cambiar la historia de la humanidad para hacerla
justa y pacifica en igualdad de condiciones, como no lo es hasta hoy día.
Quizás en este intento repetitivo, algún día se
logre hacer que la esencia de este niño nazca en cada una de las personas, y se
viva la Navidad como un estado normal de conciencia, donde no sea necesario
pasar por los extremos emocionales, para descubrir el centro.
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