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Mascotas, amistades que dejan huellas




“Tener compasión de todos los seres vivos, es lo que hace al hombre realmente humano” Albert Schweitzer (Premio Nobel de la Paz en 1952)


Acompañando las solitarias noches del escritor, del artista, iluminando la chispa graciosa del cómico, en la rutina familiar, en la tolerancia con los niños y ancianos, en las horas de estudio y hasta en alguna oficina o taller, allí están ellos, sutilmente presentes a donde vayamos, aceptando esa identidad virtual que les otorgamos; las mascotas. Perros y gatos (y demás “bichos”) son la confirmación que existe un amor incondicional y fuera de serie, entiéndase, fuera del campo del lenguaje humano. Experimentar esta afinidad puede empezar a cualquier edad y al adoptar una mascota, automáticamente se habilitan facultades innatas que surgen del corazón, empezando por aceptar con humildad que vamos a recibir y aprender mucho más que dar y enseñar a nuestros “hermanos menores” de la imaginaria escala evolutiva.

Desde personas comunes a famosos, escritores como José Alberto Bachem y su yorkshire “Estrella”, cómicos y artistas como Álvaro Ayala y sus gatos y perros de todas las razas, prestigiosos periodistas como Humberto Rubín y su fiel compañero “Churchill”, quizás, no hubiesen sido los mismos, sin las cualidades creativas, carismáticas y espirituales que aporta la interacción con los animales. Las mascotas orbitan al ser humano como la luna al sol, por siglos y desde siempre, han acompañado y quizás, determinado la historia; desde Freud y sus perros Chow-chows; “Topsy, Jo-fi y Lun”, hasta Alejandro Magno y su valeroso caballo “Bucéfalo”. No en vano las mascotas se adjudican el título de “mejores amigos” puesto que custodian sin prejuicios las almas más sensibles y honorables y la otra cara, las más soberbias y despiadadas, sin cuestionamientos.

La empatía que el ser humano siente hacia los animales demuestra que no solo se relaciona con humanos, sino que se identifica también con objetos vivos o inanimados, siempre y cuando pueda conferirles algo propio, algo de ese ego exigente que siempre busca un “espejo” donde mirarse y encontrarse. Esta ilusión y necesidad de “humanizarlo todo” es el origen de la interacción y apego con las mascotas, que domesticas o no, siempre están allí para recibir con entusiasmo las ocurrencias de su dueño. Las hay desde mascotas virtuales o robots a quienes hay que alimentar, bañar y mimar. Objetos de transición como peluches y juguetes, amuletos y símbolos nacionales como el “León guaraní” y tótems culturales que representan valor y fortaleza, demuestran como los simbolismos animales dan sentido a significados humanos. Quizás, por eso también existen tantas historias y cuentos donde se relaciona a personajes de la fauna con todo aquello que forma parte de la transmisión de valores y principios universales, ayudando tanto en la crianza de los niños quienes los aceptan de entrada. Desde “Adán y Eva” que con la serpiente advierte sobre el peligro de la tentación, hasta fabulas como “La hormiga y la cigarra” para enseñar sobre la utilidad del trabajo y el ahorro. No faltan en el cine y en los dibujos animados para aportar con su gracia e inocencia, o ferocidad e intimidación, despertar interés y curiosidad en el espectador o lector, mientras hablan, actúan y sienten como humanos o simplemente exponen su naturaleza salvaje. También están en la jerga cotidiana; desde refranes, chistes o moralejas, a ofensas como “burro” y elogios como “la elegancia de la gacela” entre otros. Los animales describen mucho de la humanidad sin siquiera saberlo.

Según una encuesta realizada en 2003 por la división de Salud Animal de la empresa Bayer, más del 80% de las familias españolas propietarias de un perro o un gato consideran que su mascota es una fuente de bienestar. Diversos estudios científicos así lo corroboran: convivir con un animal de compañía ayuda a reducir el nivel de estrés y la presión arterial, potencia la autoestima y la habilidad social de los dueños, y mejora la comunicación y la afectividad dentro del hogar. Para la mayoría de los dueños y mas en nuestro país, las mascotas son “uno más de la familia”. La costumbre de ponerles nombres, inventarles historias y travesuras, “hacerles hablar”, cuidarlos cuando están enfermos, compartir con ellos pensamientos y sentimientos, además ver que ellos defienden el hogar y que están presentes cuando pasamos por caídas anímicas, ayudan a sentir seguridad. Descubrimos que lo familiar en la interacción con ellos se basa en una sensación de entendimiento emocional y reacciones que revelan un nivel de procesamiento cognitivo superior, que se comprende sin necesidad del lenguaje, como un discurso telepático natural, un lenguaje de “corazón a corazón” donde muchas veces las mascotas perciben y hasta a veces advierten sobre catástrofes y situaciones límites, sencillamente porque están vacías de la cultura y conectadas con la esencia de la tierra y son fieles a su intuición natural, como bien vimos en tsunamis y terremotos.

Un animal de compañía es un amigo y un compañero que mejora la calidad de vida de todos los miembros de la familia. En los niños los beneficios se dan al fomentar su responsabilidad y es un incentivo para el movimiento, especialmente cuando el niño gatea y aprende a andar. Favorece su creatividad y, gracias al cariño incondicional del animal, desarrolla su autoestima. Para los adultos es un espejo que refleja el estado de ánimo, ayudan a la aceptación y reducen el nivel de estrés y ansiedad. En los ancianos, mejora la autoestima y la percepción de bienestar, mejoran los síntomas del Alzheimer y la depresión. Incrementa las ganas de vivir y fomenta el ejercicio físico. Su compañía reduce la tensión arterial y el colesterol y regula las funciones cardiacas, favoreciendo a la longevidad.

Más allá de las “zooterapias” que ciertamente se utilizan exitosamente en todo tipo de tratamientos e instituciones; desde hospitalarias para mejorar el estado anímico (hasta inmunológico) de los enfermos, a correccionales para aliviar el estrés y tensiones, el fin no está en hacer de la mascota un “terapeuta”, sino experimentar en la interacción con los animales una autentica transformación espiritual a través del ejercicio de la misericordia y la compasión que concede el respeto por todo ser vivo como igual. Empezar por entender que el animal no cumple una mera función de completar una carencia emocional o como prótesis de compañía, ni como niñero o payaso, sino, encontrar en ellos un suplemento para el alma y no un sustituto de nadie, donde el crecimiento personal y de la familia, se abre a posibilidades de otro tipo de subjetivación con ese ser “pensante” a su manera, donde también son necesarias para uno mismo el respeto y aquellas palabras de afecto puestos en el animal. El ejercicio de cuidar, criar, abrazar, acariciar, proteger, alimentar y guiar, evoca los mismos sentimientos y reacciones fisiológicas y psicológicas que se perciben cuando recibimos cuidados, es decir, es un beneficio exponencial, porque cuando cuidamos a otros sentimos como si nos estuvieran cuidando y viceversa, cuando existe abandono y maltrato hacia un animal, probablemente se esté dando lo que se recibió, en la infancia o en la actualidad, pudiendo decir mucho y por ende transformar actitudes y conductas a través de ellos.

Por otro lado, el exceso de humanización que adjudicamos muchas veces a una mascota no solamente perjudica al animal, quien queda alienado y pierde parte de sus instintos, sino que la persona queda atrapada en un vinculo simbiótico y antisocial con su mascota que infaliblemente tiene un tiempo de vida más corto que el humano. Cuanto más significado humano se le otorgue a la mascota, mas dolor causará su perdida, porque parte de uno mismo, morirá con él. El poder poner en palabras esta angustia que se traduce en exceso de apego o sobreprotección a una mascota, es practicar un vinculo sano con ellos, comprendiendo que la mascota ya tiene (o ya tuvo) padres y que no entiende de autocompasión, ni de títulos filiales y que a diferencia de los humanos, vive el aquí y ahora. Las mascotas son altamente recomendadas, están exentas de los conflictos neuróticos propios del lenguaje y nos invitan a una existencia simple. El afecto claro, sin dobles sentidos (mueven la cola si están felices, muerden si algo les molesta), nos enseña que es posible asumir y expresar una existencia sincera y espontánea. A pesar de las diferencias físicas e intelectuales entre humanos y animales, el honor de amparar como guardianes una amistad incondicional, es un sentimiento de mutua reciprocidad y autentica afinidad, que hace a dos seres superficialmente distintos, semejantes de corazón.

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