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Madres todoterreno


Criar en soledad
En la vida, por diversas razones, muchas madres crían solas a sus hijos, ya sea por elección, por alguna relación frustrada, por viudez, abandono, o sencillamente por indiferencia de la pareja que dice acompañar en el día a día. Sea como fuere, la soledad es cómplice de los avatares de la vida con un niño a cuestas y quizás la única aliada para la superación de las dificultades. Si bien es cierto, son muchísimas las madres que crían solas a sus hijos, la soledad no es el mejor escenario para criar niños, ni para las madres, ni para los niños. Sabemos que los días pasan muy lentos con un niño que quiere jugar, que demanda atención, amor, nutrición, contención, y las madres que están solas se ven obligadas a desdoblarse en múltiples roles para poder satisfacer todas las necesidades. A veces el apoyo viene de la familia, de las amigas, a veces del personal que contratamos; niñeras, empleadas domésticas, y a veces no hay nadie, porque si estamos en pareja, ya sea casadas o conviviendo con el padre de la criatura, los demás asocian que no hay necesidad de apoyo, pero sin embargo, muchas veces, a pesar de estar en pareja, algunas madres se encuentran más solas aun, porque el padre desaparece de escena, ya sea por inhibición, por sentirse excluido, por celos, competencia o sencillamente porque no sabe cómo ayudar ni que hacer para acompañar a su familia.

Por lo general, si la relación empezó con una organización emocional donde la mujer era quien sostenía al hombre emocionalmente (de tipo maternal) cuando aparece el niño, esta situación se ve obligada a modificarse por la llegada del bebé, un otro acaparador de toda la atención de la mujer. El hombre devenido padre, aun no se siente como tal y además expulsado de la diada, se refugia en otras actividades, suponiendo que así, su mujer se sentirá más cómoda con el bebé a solas, o para que ella lo busque o prefiera, como haciéndose desear. Lo cierto es que algunos hombres (inmaduros emocionalmente, inhibidos, o repitiendo su propia historia), no encuentran lugar en la familia y empiezan a hacer síntomas. Por lo general, se enferman, pierden sus trabajos, encuentran actividades interminables como para llegar tardísimo a la casa, o se llenan de trabajo, empiezan a estudiar, viajan al Machu Picchu, terminan o empiezan una carrera, en fin, “notablemente” les pasa de todo y hacen todo aquello que nunca hicieron o dejaron de hacer, justo (consciente o inconscientemente) cuando nace el bebé y su pareja necesita de apoyo y contención. Entonces la mujer se ve más sola que nunca, ya que angustiada por la extraña conducta sintomática o maniaco-depresiva de su pareja y las eternas demandas del bebé, no sabe a quién contener y consolar, mucho menos tiene quien la sostenga emocionalmente a ella y el bebé es quien termina perdiendo en todo este interjuego de inmadurez. Por lo general estos bebés se enferman mucho, llaman la atención de una manera imposible de opacar y la madre no tiene más opción que abandonar a su suerte a aquel “hombre” que no es más que otro niño hambriento de atención y amor maternal, quedando ella totalmente desamparada con “dos niños” a cuestas.

Si bien esta es una forma poco común de imaginar la soledad, es un tipo de aislamiento frecuente para muchas madres que están en pareja y deben sobrellevar la crianza solas, sin miradas de aprobación o escuchas donde volcar las incertidumbres, angustias o alegrías, compartiendo las novedades, logros o fracasos de los hijos, a los sumo, con la niñera o familia de origen, atrofiando sin querer, el desarrollo de la suya propia. Si bien las niñeras son el apoyo logístico necesario para la crianza de hijos de madres que trabajan o que sencillamente no tienen tiempo suficiente para estar con sus hijos, a veces, sentimos que son tan necesarias al punto de que no podremos vivir sin ellas porque creemos (o nos convencemos) de que “supuestamente” tenemos cosas más importantes que hacer con nuestras vidas, mientras nos separamos abismalmente de nuestros hijos que terminan teniendo el semblante de las niñeras, sus mismos rasgos, actitudes y angustias.

Quizás la forma más sutil de criar en soledad es aquella en donde la mujer misma es quien provoca la anulación del apoyo de los demás, ya sea del padre o de cualquier soporte existente, como quien no puede o no sabe delegar. Desautoriza, critica y evita a los demás. Tienen una especie de relación simbiótica con el hijo a quien no deja escapar de su poder y hambre emocional sin tregua. Esta es una forma de maltrato, ya que un niño en brazos de una madre sola con todas sus emociones encima, es el conejillo de indias perfecto donde practicar la proyección de sus pasiones; ira, odio, frustración, para luego ser la misma fuente de amor, devoción, sobreprotección. Es un trato bipolar insano que deja al niño sumido en un mundo de fantasía y que para poder evadir este encierro, utiliza la fantasía como mecanismo de defensa, como por ejemplo en la película “Preciuos” donde la hija vive en un mundo de ensueños con una madre absolutamente infantil, entregadora a un padre enfermo, alcohólico, y la hija totalmente a merced de lo que su madre quiera o no hacer con su vida. Una soledad saturadora, oxímoron terrible de una realidad de muchos niños que no pueden o no se animan a denunciar el maltrato de sus madres, por sentimiento de culpa, miedo a la desaprobación o abandono, causa pendiente de una sociedad que tampoco habilita espacios donde estas madres puedan acudir para pedir ayuda psicológica, psiquiátrica o contención dentro de una red de mujeres o comunidad capaz de sostener a madres e hijos solos.

Laura Gutman, psicoanalista y especialista en maternidad dice; “Necesitamos reinventar un esquema antiguo pero con parámetros modernos, siempre y cuando haya un conjunto de mujeres criando niños. No importa cuántas ya que una sola madre no logra criar a un niño. Pero cinco madres juntas pueden criar a cien niños. El secreto está en el conjunto, en la solidaridad, la compañía y el apoyo mutuo. Ninguna mujer debería pasar los días a solas con los niños en brazos. La maternidad es fácil cuando estamos acompañadas. No juzgadas ni criticadas ni aconsejadas. Simplemente junto a otras personas, en lo posible junto a otras mujeres que estén experimentando el mismo momento vital”.

Luchar contra los estereotipos de una sociedad “conservadora” en donde la norma dice que las madres tienen que estar en pareja para criar a sus hijos o para ser “felices”, no es tarea fácil para quienes quieren que sus hijos sean incluidos dentro del discurso social deseable, a pesar de sufrir de una relación disfuncional o violenta, muchas mantienen la imagen para el “bienestar” de los hijos, cuando que el único bienestar de los hijos es la felicidad de sus padres (mamá y papá). Mientras una madre (o un padre, existen muchísimos padres que también crían solos a sus hijos) actúe de una forma y su corazón sienta otra cosa, los hijos inevitablemente van a percibir esta ambivalencia de forma energética y somática y también actuaran en consecuencia, con síntomas contradictorios entre el querer y el deber.

Las mujeres que crían solas tienen muchos desafíos evidentes, ya sean económicos, logísticos, emocionales, sociales, etc., pero la realidad es que también tienen ventajas impensadas que hasta pueden causar envidia a las madres acompañadas. La libertad de tener a disposición la energía y el pensamiento solo en los hijos, en la crianza y educación, hace que también ellas se superen mas allá de lo que se imaginaron llegar, porque todo depende de ellas. Son más responsables y cuidan más sus trabajos, porque sus hijos dependen de ella. Además, pueden crían con mayor apego, dar de mamar más tiempo, por las noches, o dormir con los hijos, salir con ellos cuando quieran, en fin, la libertad que madres e hijos disfrutan al no tener otros compromisos, también les ayuda a conectarse de una forma muy especial, que los hijos agradecerán y recordarán como un legado especial de esas madres que tuvieron la valentía de enfrentarlo todo por amor y devoción infinita. Para el matriarcado, no existen “mejores ni peores”, las mujeres tenemos la generosidad de dar a cada uno su lugar y de ubicarnos allí donde nos necesitan, sin buscar el reconocimiento de nadie, solo por amor.

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