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¿Verse o sentirse joven?



“La juventud es el paraíso de la vida, la alegría es la juventud eterna del espíritu”
Albert Einstein

La crisis pre-verano inicia con los imperativos estandarizados de cada año. La mirada como sentido exacerbado, expone los “defectos” ante el espejo y los deleites del invierno piadoso cobran notoriedad con los primeros rayos del sol, que descubren los relajos de la hibernación. En este mandato socialmente prestigiado de cumplir con las expectativas estivales, cuerpos esbeltos, tonificados y bronceados, la premisa es; estar en forma. Pero ¿Qué pasa cuando el cuerpo ya no responde a los estímulos y voluntad de asemejarse a la imagen lozana y perfecta? ¿Es un deseo intrínseco o una exigencia social? Encontrar el equilibrio para lograr el estado físico y anímico deseado y no “morir” en el intento, es el desafío y la propuesta de estos tiempos, donde alejarse del culto a la imagen puede acercar a la armonía interior, tomando conciencia de las motivaciones, beneficios y limites.

La cirugía estética es un fenómeno estacional y cada primavera los cirujanos observan como se duplica el numero de consultas. Ante el síndrome de la eterna juventud entre los ciudadanos de EE.UU. y Europa se gastan al año 20.000 millones de dólares en la compra de cosméticos, cantidad con la que se podría alfabetizar tres veces la población mundial. La Secretaría de Salud (SSA) informó que México ocupa el segundo lugar en número de cirugías estéticas en América Latina, después de Brasil. Doctores británicos descubrieron que 40% de los pacientes que usan Botox expresaron un deseo compulsivo de someterse a más tratamientos para borrar las arrugas y que puede ser adictivo.

Envejecer actualmente tiene la connotación de “enfermedad” y a cualquier precio el paso de los años y los estragos que dejan, se combaten con un coctel de tratamientos, que van desde ejercicios físicos a cirugías y algunos que padecen dismorfofobia (la no aceptación de uno mismo) piden ser operados de defectos inexistentes. El TAE (Trastorno Afectivo Estacional) se caracteriza por episodios recurrentes de depresión en ciertos meses del año (otoño-invierno) que se alternan con períodos de estado de ánimo normal el resto del año (primavera-verano). También se conoce de casos no típicos en los que la persona se deprime durante el verano. Los cambios en la luz ambiental influyen en las sustancias químicas cerebrales, melatonina (sueño y alerta) y serotonina (energía y estado de animo) ambas asociadas con el TAE. Entre las características usuales de “depresión de invierno recurrente” se incluyen; dormir demasiado, antojos de carbohidratos y aumento de peso, disminución en el apetito sexual, letargia, desesperanza, pensamientos suicidas y retiro social. La “depresión de verano recurrente” incluye insomnio y según la Lic. Leticia Fernández Guggiari, nutricionista, ésta época se caracteriza por la reducción del apetito asociado con los trastornos alimenticios, pérdida de peso y agitación constante, ansiedad y manía. Por otro lado en algunos casos aparecen trastornos como la vigorexia (exceso de actividad física) y la tanorexia (adicción al bronceado). La insatisfacción personal es el principal motor de arranque de la obsesión por detener el paso del tiempo y el ideal del cuerpo perfecto y joven se potencia mientras esta necesidad se expone socialmente, asegurando todo un mercado a su servicio aumentando los años productivos del estatus cronológico de las personas, ya que hoy día, se han extendido los años de juventud.

Antes, un niño se denominaba a una persona de cero a 11 años; adolescente, de 11 a 18; joven, de 18 a 30; adulto, de 30 a 50; y viejo de 50 hasta la muerte. Hoy, hay niños de cero a 20 años (viven en casa de sus padres, ingenuos con escaso o nulo nivel de frustración); adolescentes de 20 a 30 años (constantemente inseguros, enamoradizos, lejos de los compromisos); y son jóvenes todos los mayores de 30 años en adelante. La niñez y la vejez, los extremos de la vida, cada vez se marginan más. La edad de la inocencia se agota rápidamente con la celeridad de la información, los estereotipos y la moda ya que éstos exacerban una sensualidad prematura, especialmente en las niñas. El adelanto en los niños no sólo es comportamental, sino físico en el desarrollo puberal. Por distintos motivos, la edad promedio de madurez se ha adelantado: si antes se daba a los 12 años en las niñas y a los 14 en los varones, ahora sucede a los 10 y 12 años respectivamente, en niñas inclusive se presenta el periodo a los 8 años, cuando que antes, si eso pasaba, no era tan común como hoy día. Entonces en este doble discurso de crecer aceleradamente, pero a la vez evitar lo ineludible de la vejez, ambos sectores de la sociedad se encuentran desdibujados, niños y ancianos no existen.

La necesidad de ser aceptados, se percibe en función de los valores más encumbrados de la sociedad actual, la belleza y la juventud. La edad madura parece no encontrar registro social en especial en las mujeres, aunque los hombres no quedan atrás. Sea cual fuere la edad, en la actualidad la búsqueda de la juventud es una forma de buscar el amor y el reconocimiento de los demás, pero a veces a un precio demasiado alto, sin garantías y con fecha de vencimiento. En una encuesta realizada en Francia, el 89% de los participantes reconocieron que el hombre necesitaba encontrar un sentido a su vida. El psiquiatra Viktor Frankl afirma que la neurosis de nuestra sociedad es el vacío existencial y que para evitarlo hay que llenarlo con aquello que después tememos perder, ya sea juventud, belleza, una casa envidiable o un puesto de prestigio en una empresa. Creer que la identidad y valor personal dependen del tener y no del ser, es el origen de los miedos y de la inseguridad.

En la economía capitalista del consumo a todo nivel, tecnológico y social, la cultura del derroche y de la inmediatez desplazó a la del ahorro y la prevención. Si bien es cierto que muchas personas desean mantener un estado físico ideal, ponen mucho esfuerzo en no esforzarse mucho para lograrlo y es en esta falta de motivación donde aparecen las soluciones inmediatas, con sus beneficios y riesgos según el estado emocional y de madurez de cada uno. Lo que si no se puede comprar es un estilo de vida saludable, la disciplina y la toma de conciencia para un buen pasar en la vejez y eso, se practica.

Si bien es cierto que la vejez no depende de la edad cronológica, la predisposición es negarla porque es sinónimo de enfermedades, dolor, pérdidas de fuerzas, impotencia y fealdad. Pero es evidente que se trata de un estado espiritual y lo confirman “viejos” de 20 años y “jóvenes” de 90. Muchas personas de la tercera edad tienen la capacidad, fortaleza y vitalidad de un joven y muchos jóvenes aletargados y sin ánimo de proyectos y desafíos, son actores de escenarios cada vez más pobres de la sociedad. En Occidente el status de la vejez remite a un papel social pasivo pero sin conciencia positiva de su utilidad en sí misma. Es característica de nuestra cultura la sensación de soledad e inutilidad que experimentan con frecuencia los ancianos al dejar sus actividades productivas, sin saber de lo que nos perdemos. Además, actualmente, vivimos en promedio unos 34 años más que nuestros tatarabuelos, es decir que habría que crear espacios útiles y creativos porque es toda una vida de adultos la que viven nuestros padres y abuelos con toda su sabiduría y experiencia. En Oriente la vejez está basada justamente en la presunción de sabiduría de una experiencia adquirida a través de su paso por todas las etapas de la vida humana y de opiniones desapasionadas como consecuencia de una edad desinteresada. Esto permite a la vejez ejercer una autoridad de consejo y consistencia sumamente importante para su cultura.

Madurar significa pasar por todas las experiencias que traen consigo las diferentes etapas de la vida, elegir de qué forma sobrellevarla depende de cierta madurez emocional y de un conocimiento interior, del desapego de la imagen y de la búsqueda espiritual ya que la felicidad no está en conseguir el cuerpo perfecto, ni en el tono de piel, ni en la moda. Según investigadores de la Universidad de Harvard, la formula de la felicidad pertenece a personas que han recibido educación, mantienen vínculos familiares y sociales fuertes y llevan una vida sana sin excesos.

La auténtica belleza no puede verse y todos podemos anhelar tenerla independientemente del físico, eso no se pone en tela de juicio. En la medida en que la aceptación de uno mismo y el conocimiento de las motivaciones personales sean la guía de lo que se desea, la felicidad puede ser la estación permanente donde instalarse desde el espíritu reflejado hacia el exterior. Difícilmente una persona pierda lo que “es”, pero sí lo que posee; y, sin lugar a dudas, perder la juventud es ley de vida. Es posible disfrutar de lo que ofrecen las sensaciones vitales del ambiente y alejarse del empeño de buscar la felicidad donde no se encuentra.

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